Columnistas

La precocidad arruina la infancia

16 de julio de 2018

Mientras que en el pasado se consideraba que era un error que los niños fueran precoces, hoy por el contrario se les alienta en muchas formas a “madurar biches”. Cada vez hay más experiencias inapropiadas en las que se alienta a participar a los menores y con ellas no sólo se afecta su formación, sino que se reduce al mínimo su infancia, esa etapa que se supone ser la más inolvidable de la vida.

Un ejemplo patético de esto son las “minitecas” y “chiquitecas” con que se animan ahora muchas fiestas supuestamente infantiles. Allí los menores, en lugar gozar con rifas, mago o payasos, experimentan el frenesí de la música tecno, baile con espumas, lluvia de colores y aturdidores sonidos, bajo la dirección de un disjockey.

Además del impacto sensorial que todo esto puede tener, tales experiencias estimulan la competencia entre los menores por quién baila mejor, cuál se mueve más o quién tiene más éxito. Es decir, así se comienzan a incitar las rivalidades entre los niños cuando apenas están empezando a tejer vínculos de amistad con sus compañeros. Lo grave es que sólo en la medida en que los menores hayan gozado de los frutos de la camaradería sin las presiones de la competitividad aprenden a confiar en sus congéneres y a asumirlos como sus aliados, no como sus rivales. Esto les permite forjar sus amistades sobre tales bases y poder lidiar más adelante en las pugnas con sus compañeros, entendiéndolas como algo trivial, porque los saben capaces de sentimientos más nobles.

Cabe preguntarse cuál es el objetivo de este tipo de fiestas infantiles cuando todos sabemos que los hijos para bailar tienen toda la vida, pero para ser niños sólo pocos años. En una sociedad en la que la mejor credencial personal es tener mucho dinero, me pregunto si los derroches que se están dando en las fiestas infantiles no serán una forma de validar nuestro status económico. ¿O una manera de asegurarnos que “mi hijo(a) no se queda atrás de los demás”? El resultado es que no sólo se alimenta la precocidad sino también la competitividad entre los niños, la cual arruina la solidaridad que debe caracterizar sus relaciones.

Recordemos que los hijos son el fruto de nuestro amor y para muchos efectos se rigen por los principios de cualquier fruto. Aquellos que se arrancan del árbol precozmente tardan mucho más en madurar o mueren biches y no logran llegar lo que estaban llamados a ser.

No utilicemos a los niños para ratificar nuestro prestigio social, porque lo que les garantizará un lugar prominente en la sociedad no será el tamaño de nuestro capital sino el de su corazón. Y en la infancia, este se nutre de la magia y los sueños que se tejen gracias a su “ingenuidad infantil,” esa condición que les permite ver el mundo con lentes color de rosa y alimentarse ante todo de lo más bueno y bello de los seres que les rodean.