La repartición
Amable lector, un viejo profesor universitario preguntó a sus alumnos qué es lo más importante para un gobernante de un país con severos problemas de educación, salud, seguridad y justicia.
El primero en responder dijo que sin la menor duda era la educación, pues un pueblo sin ilustración no progresa. El segundo contestó que sin salud no hay vida. El tercero expresó: ¿para qué la educación y la salud si no hay seguridad? Y el último manifestó que sin justicia lo demás no importa.
El profesor tomó la palabra de nuevo y dijo: tienen mucha razón, y agregó: ¿cómo repartir entonces el presupuesto nacional? De nuevo, cada uno demandó la mayor cuota para lo suyo. El maestro miró a un alumno que permanecía callado y le pidió su opinión; luego de rascarse la cabeza, manifestó que él poco sabía de este asunto. En buena parte porque las cifras del presupuesto nacional se han vuelto casi imposibles de consultar; parece que esto se hace a propósito.
No obstante, observó que primero hablaría con los señores que manejan las universidades y les pediría que dijeran si el poco dinero que reciben, según ellos, lo manejan con eficiencia y austeridad. A los doctores de la salud, les haría una pregunta similar y agregaría que si todas las personas que están en el Sisbén son los pobres o hay muchos colados.
A los militares les diría, que con el corazón en la mano, respondan, si es factible hacer un uso modesto del presupuesto que reciben, teniendo en cuenta que son muy pocos los tiros que logran hacer. Y a los que manejan la justicia, jueces y altos magistrados, les pediría jurar sobre la Biblia, para que digan si existe algún medio pragmático, diferente al sueño de los justos, que permita que las sentencias y fallos, se hagan en forma breve y ágil, sin faltar a los principios éticos y morales que deben observar.
Pienso yo, dijo el estudiante, que alguien debería permanecer en Bogotá día y noche tratando de coordinar los diferentes actores, para encontrar fórmulas que de manera sensata ayuden a tener un manejo más eficaz de los recursos del Estado. Según él, el tiempo vuela y la gente espera que se haga el cambio. “Obras son amores, que no buenas razones”.
Continuó diciendo que casi nadie quiere pagar impuestos y al Gobierno parece que se le olvidó presentar una reforma tributaria, que por la simplicidad y claridad, haga más fácil y equitativo el pago de los tributos y más efectivo el control a la evasión fiscal. Quiere que le diga la verdad maestro: el problema más grave es saber que hay 2.750.000 colombianos sin trabajo, sin contar con los venezolanos.
El profesor después de escucharlo, guardó silencio, cerró los ojos y abandonó el claustro.