Columnistas

La ruina circular

01 de octubre de 2018

El examen de la prisión en Colombia puede experimentarse como un recorrido interminable por una ruina circular. Cada giro trae una nueva promesa que siempre se derruye. En cada rotación, se erige una nueva institución que promete ser la precisa para superar la ruina; pero, en la medida en que la traslación avanza, el tiempo termina por carcomer cualquier promesa.

Actualmente estamos, otra vez, en la fase de las promesas.

La imagen de la cárcel bien organizada y la fabricación de un lugar de purificación (en contra del crimen) echó a andar a finales del siglo XIX por las nacientes repúblicas de América Latina. Inspirado en fervientes valores religiosos, el dispositivo de castigo promovía un ideal de orden y disciplina, que hasta hoy sigue tiñendo la manera como concebimos la prisión. El modelo fue de adopción tardía en Colombia: llegó mediante la letra muerta del Código Penitenciario de 1934.

Los códigos sucesivos (1964 y 1993, incluyendo la reforma de 2014) siguieron cumpliendo una función más simbólica que material en la organización de la prisión. Mediante leyes que nunca se aplican, la administración del sistema penitenciario niega la realidad de la prisión – desorganizada y violenta– y construye una visión imaginaria – organizada y armoniosa– de la prisión colombiana.

Una de las últimas iteraciones de la ruina circular ilustra el camino que seguramente volveremos a recorrer. A finales de los noventa, cuando las cárceles (también) ardían, las autoridades anunciaron la adopción de una nueva cultura penitenciaria. Prometieron la cárcel “que nos merecemos”, regida con orden y disciplina, y acompañada con certificaciones ISO de calidad – como correspondía en la época del management.

Años más tarde, la cárcel insignia de la nueva cultura penitenciaria colombiana, conocida como La Tramacúa, fue reconocida oficialmente como una estructura salvaje, consumida por la decrepitud. En 2013, la Corte Constitucional consideró (en la sentencia T-388) que ese ícono del orden se había transformado en una reclusión de sufrimiento y dolor, y declaró (otro) estado de cosas inconstitucional. La ruina (otra vez) fue evidente.

En vez de abordar la obscenidad del encierro, la cura favorita es el perfeccionamiento de los muros para contener la podredumbre. Justamente, la razón por la cual estamos atrapados en la ruina circular es porque la sociedad está aislada de lo que pasa en las prisiones.

Tristemente, después de tan largo recorrido por la ruina circular el futuro no es incierto: habrá más y mejores bodegas humanas para largo. La actual “crisis” se superará, solo para volver a explotar en unos años más. Y, seguiremos, dando vueltas por el recorrido circular.

Existen caminos posibles para escapar del delirio encarcelador y salir de la ruina circular, pero la salida requiere radicalidad. Si queremos salir de la inercia y del estancamiento de las fórmulas punitivas que nos acompañan desde hace dos siglos, es preciso que la sociedad entera se inmiscuya en la prisión y abandonemos la ambivalencia que ha determinado la relación social con esta infame institución. La mayoría de las prisiones en Colombia están a punto de reventar o de desplomarse (física o figuradamente). Lo que pasa ahí es, sencillamente, criminal: hay hombres y mujeres viviendo como bestias y nadie hace nada.

La salida de la ruina circular está en manos de la sociedad: entre más social y cultural se torne la cuestión de la prisión más difícil serán las respuestas simplistas de los políticos de turno.