La sangre del diablo
Por
Francisco Morales
Universidad Central
Comunicación Social y Periodismo, octavo semestre
franciscofmt9@gmail.com
Corre por las carreteras de los sectores más abandonados del país, llenando las grietas de un pueblo abandonado. Trae el infierno a medida que avanza en su impredecible, pero mortal trayecto.
Sin mayor esfuerzo, ahuyenta la vida, asfixia las plantas, envenena el agua y le arrebata la vida a aquellos que creían tener su futuro resuelto. Lo único que queda tras los derramamientos de petróleo ocasionados por los ataques de la guerrilla son las lágrimas de los habitantes, el desespero de los pescadores y el incurable daño ambiental. Solo eso, nada más.
Reza el adagio que el camino al infierno está plagado de buenas intenciones; así como la ruta hacia la paz, que se nos presenta llena de atentados y desaciertos como lo expresan las actuaciones terroristas de los grupos armados. Sin embargo, esto no nos puede desalentar en la búsqueda, a largo plazo, de la paz, no podemos dejarnos seducir y envenenar por la sangre del diablo.
Al igual que el petróleo que contaminó los ríos y el mar, la sangre del diablo contamina todo a su paso: nuestro juicio, sentimientos... lo que se interponga. Ella aguarda en el fondo de los pozos de odio estancados en nuestro corazón; pozos que han sido alimentados durante años, incluso décadas, por los cada vez más terribles actos terroristas que exacerban nuestros ánimos.
En ocasiones, esta sangre se esconde tras buenas intenciones. Algunos exigen justicia y que ante el petróleo derramado haya hasta sangre de guerrilleros.
Cuando dinamitan nuestra confianza y la sangre del diablo anda libre, se multiplica nuestro odio y baja autoestima. Es ese fuego que surge en el interior cuando nos nombran a las Farc, cuando hacen una broma en el extranjero sobre nuestra idiosincrasia, cuando lanzan comentarios ofensivos contra la Selección, que es bálsamo ante los problemas sociales, a veces nos quema y aviva el rencor.
No lo neguemos, la sangre del diablo está en nosotros, en los radicalismos y fundamentalismos. Debemos sacrificarla, para crear una nación en la que la paz en realidad tenga cabida, en la que haya más soluciones que acusaciones, en la que no tengamos que asesinarnos por una diferencia de opiniones, por no creer en el diablo .
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