Columnistas

La semilla

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15 de junio de 2018

Jesús cuenta esta parábola: «El Reino de Dios es como un hombre que siembra la semilla en la tierra; duerma o se levante, de noche o de día, la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo. La tierra va produciendo la cosecha ella sola: primero los tallos, luego la espiga, después el grano en la espiga. Y cuando la cosecha está a punto, mete la hoz, porque ha llegado la siega” (Marcos 4, 26-29).

Su mirada da a Jesús una sintonía admirable con la realidad, que lo convierte en maestro consumado en el arte de contar parábolas, expresión maravillosa de la realidad. La majestad oculta de quien habla centellea en cada una de sus palabras.

La fantasía de Jesús es arrobadora. No se sirve de ella para suplantar la realidad, sino para traducir a lenguaje humano su experiencia inefable del Padre, con quien vive en unidad.

Sus comparaciones son inovidables. El Reino de los Cielos se parece a una semilla. El Reino de los Cielos es semejante a un grano de mostaza. El Reino de los Cielos se parece a un tesoro escondido en el campo. El Reino de los Cielos es semejante a la levadura. El Reino de los Cielos se parece a una perla, a un tesoro.

A quienes le reprochan su familiaridad con los publicanos y pecadores, Jesús les responde con las parábolas de la oveja y la moneda perdidas y la del hijo pródigo. El amor de Dios para con el pecador que busca el hogar no tiene límites. Su decir resuena en todos los oídos: Felicítenme porque he encontrado mi oveja y mi moneda y el hijo pródigo ha regresado a casa.

Las parábolas de Jesús son fotografías verbales de la vida real, más aún, autobiografías del que las cuenta. Hoy podemos decir que las parábolas son selfies verbales. “Si una parábola ilustra la bondad de Dios, lo hace por la bondad activa de Jesús” (E. Fuchs).

Quien se mete en el corazón de las parábolas de Jesús, aparece de repente en el corazón de Dios. Aventura que el lector dispuesto tiene por vivir, la de encontrar que Jesús mismo es el paraíso, el que promete en la cruz al buen ladrón.

Jesús no solo anuncia el mensaje de las parábolas, sino que lo encarna en su persona. “Jesús no pronuncia solamente el mensaje del Reino de Dios; Él es, al mismo tiempo, ese mensaje”. San Agustín lo sabía: “Después de esta vida, Dios mismo es nuestro lugar”. El Reino que pedimos en el Padrenuestro.