Columnistas

La tragedia de los comunes

10 de abril de 2016

“La ruina es el destino hacia donde corremos todos los hombres, cada uno persiguiendo su propio interés en una sociedad que cree desafortunadamente en la libertad de los comunes”. Garrett Hardin, 1968.

La emergencia ambiental por la que pasa actualmente Medellín y el resto de ciudades (que por cierto también fue anunciada por los expertos años atrás) me recuerda la teoría de “ensuciar nuestro propio nido”, es decir, solo nos sentimos y nos comportamos como ciudadanos o empresarios racionales, inteligentes, libres o responsables socialmente cuando actuamos de manera individual, no colectiva. No tenemos ni la educación ni una estrategia que nos permita avanzar socialmente hacia metas comunes en un territorio que es limitado. Esto es lo que llamamos entre amigos “La tragedia de los comunes”.

Cuenta la historia (adaptada para Colombia) que en un potrero que utilizaban varios ganaderos para llevar sus vacas, un día, a uno de ellos, a Pedro, se le ocurrió que podía añadir una vaca más a las que pastaban diariamente en el “común” (bien público, accesible para todos, como el aire puro, el agua limpia, suelos o bosques naturales), ya que el impacto de un solo animal no afectaría para nada el desempeño del resto, pensó este ganadero.

Los demás al ver lo hecho por Pedro pensaron que también podían llevar una vaca más sin que los pastos se afectasen. Pero la suma del deterioro “imperceptible” causado por cada uno de los nuevos animales arruinó los suelos, pastos, nacimientos y ríos, y tanto los animales como los ganaderos tuvieron que migrar y otros murieron de hambre. Cada ganadero busca maximizar su ganancia.

¿Cuál es la utilidad para mí si aumento un animal a mi rebaño en estos pastos comunes? Se preguntaba Garrett Hardin en su texto “The Tragedy of the Commons”.

Para Garrett, la utilidad tenía un componente negativo y otro positivo. El positivo es en función de incremento de un animal, porque el ganadero recibe todos los ingresos de la venta del animal adicional. El negativo es en función del sobrepastoreo adicional creado por un animal más, sin embargo, los efectos de sobrepastoreo son compartidos por todos los pastores. Pero si se suman las utilidades parciales, el pastor concluye que el único camino sensato es añadir otro animal a su rebaño. En ello consiste esta tragedia. Cada hombre está encerrado en un sistema que le obliga a aumentar su rebaño sin límite - en un territorio o ciudad que es limitada-.

Lo mismo sucede con la contaminación del aire en la ciudad. Cada uno de nosotros consideramos un derecho poner algo adicional (contaminar) en un bien que es “común”, y la “selección natural” favorece la negación psicológica, es decir, la habilidad de cada ciudadano para negar la verdad (debido a los beneficios individuales) a pesar de que la sociedad en su conjunto, de la que hace parte, esté sufriendo.

Ponemos adicionalmente en el aire partículas nocivas y peligrosas provenientes de fuentes móviles o chimeneas fijas, pensando que es más barato contaminar de manera individual que pagar el costo colectivo.

No se trata solamente de ajustar nuevas leyes de movilidad, inclusive de reformas de decretos de emisiones de gases provenientes de fuentes móviles o fijas, sino de una revolución en la educación como ciudadanos colectivos que somos. Las ciudades inteligentes se deben medir también por su desempeño en la educación.

Solamente desde allí se puede contrarrestar la tendencia natural de lo que estamos haciendo mal, no solamente en Medellín, sino en todas las ciudades del país. La sucesión a nuevas generaciones requiere que la base de este conocimiento se corrija ya.

Es una oportunidad y un reto más para la ciudad. Por una Medellín mucho más educada. Gracias a su tecnología se pudo dar cuenta y responder a tiempo. El resto de ciudades no tienen este conocimiento y ni siquiera se dispararon las alertas. Aquí se debe dar ejemplo como siempre. La tragedia de los comunes es la ruina de todos.