La voz de la Tierra
Querido Gabriel,
Mi balcón es un pequeño universo, una algarabía festiva de cantos y silencios, una selva en miniatura. Se destacan los cantos graves de la mata de coca de la Sierra, el silbido del ají amazónico, el murmullo del rosal, la presencia silente del joven diomate de Buriticá, cuya forma de árbol se insinúa majestuosa. Más modestos, les hacen un coro entusiasta los fríjoles de la India, el limón traído del Suroeste, la albahaca, el romero y la limonaria. A su alrededor, las flores silvestres bailan con las veraneras y los anturios, vibrantes maravillas que ni la más larga soledad de la pandemia pudo vencer.
Las plantas hablan y cantan. “Claro que podemos hablar – dice la azucena atigrada -, siempre y cuando haya alguien a quien merezca la pena hablar”, cita Penelope Lively en Vida en el Jardín, como recuerdo de sus primeras lecturas de Alicia en el país de las maravillas. Si me quedo lo suficiente en mi balcón vendrá un colibrí a recordarme que los mejores afanes son los que terminan en dulzura. En este jardín, que es el mundo, con el paso de las horas desaparece la frontera entre las plantas y mi piel, no sé si lo disfruto o me disfruta, si soy o somos. ¿Hablamos de la naturaleza y su llamado urgente? ¿Conversamos sobre cómo regenerar la Tierra, cómo sanarla?
Esta semana conversé con Daniel Wahl, autor del libro Diseñando culturas regenerativas, gracias a Low Carbon City. Regenerar es, dice el diccionario, dar nuevo ser a algo que degeneró. ¡Dar nuevo ser! Wahl es un científico sabio, un contertulio inspirador, un poeta. Propone “escuchar profundamente” la voz de la tierra, crear una cultura “sana, resiliente y adaptable”, que “se preocupa por el planeta y por la vida, consciente de que cuidar la vida es la forma más efectiva de crear un futuro próspero para la humanidad”. Ante la pregunta de cómo salvar el mundo, responde: “se pueden salvar lugares”. En su libro lo explica: “...trabajar en la escala de lo pequeño, el barrio, la granja, la fábrica”. Propone, además, una alianza entre ciencia y espiritualidad. “Como no es posible dar un argumento económico para la supervivencia humana, tenemos que construir un argumento espiritual”.
“La sostenibilidad no es suficiente, necesitamos culturas regenerativas”, nos desafía. La inspiración necesaria podría estar en un texto de su blog en el que cita a Thich Nhat Hanh: “Ser es interser. No puedes ser por ti mismo; tienes que interser con todas las demás cosas”. ¿Hablamos de interser, aunque aún no esté en el diccionario, de regeneración, de escoger la Libertad que perfuma las montañas, los ríos, los valles y los mares, por encima de cualquiera de las hachas de nuestros mayores?
“Ver un Mundo en un Grano de Arena / y un Cielo en una Flor Silvestre”, escribió William Blake en Augurios de inocencia. Quizá un jardín sea una metáfora del planeta. Plantas, insectos, aves y, por allá, diminuto, un hombre que observa asombrado ese equilibrio frágil y milagroso intuye que su arte radica en aprender a no dominar, que el verdadero éxito sería aceptar de una vez por todas que es parte de la naturaleza. ¿No crees que la biofilia, “esa necesidad de asociarse con otras formas de vida” acuñada por Edward Wilson es un rasgo humano natural que podemos y debemos elevar a valor social? Así, de pronto, un día, ojalá rápido, comprendamos mejor ese otro verso profético del mismo poema “Un Petirrojo en una Jaula / pone furioso a todo el Cielo”.
* Director de Comfama.