Columnistas

La vuelta al mundo en un camino

05 de febrero de 2018

Por David Escobar Arango*

david.escobar@comfama.com.co

Querido Gabriel,

Esta vez te quiero contar que en estos días Andrés nos invitó a caminar al páramo de las Baldías, en el Valle de Aburrá, a 3.200 metros sobre el nivel del mar. Varios kilómetros por vías terciarias, bosques, caminos, matorrales, flores de monte, niebla y panoramas de ensueño. Me gusta como se ve la ciudad desde las montañas. Hablamos de todo y degustamos también nuestros silencios. Viajamos a las versiones de Japón de los que han ido, imaginamos montañas que se mueven, saboreamos la niebla, pensamos en la soledad de las personas solas, compartimos ideas de lo que un colegio debería ser, hablamos de cómo comer para vivir mejor, jugamos con el perro, nada urgente, todo fundamental.

Casualmente, esta misma semana salimos los de la oficina a caminar al bosque para prepararnos mental y físicamente antes de escribir unas ideas sobre nuestro futuro, limpios de ruido, presentes. Nada sofisticado, solo caminamos un par de horas por Arví. Si alguien veía una flor la señalaba con la mano, si otro se sorprendía con el canto de un ave, paraba y se señalaba el oído, cuando alguno quería una foto de las ruinas o vestigios que la historia ha dejado en esos lares, la tomaba o la pedía con gestos de asombro. Si alguien caía, los demás llegaban a auxiliar. Lo hermoso era evidente y cercano. Pensé en algo que escribió hace unos días Salcedo Ramos: “Las ideas que nos resultan esquivas cuando intentamos atraparlas con el cerebro, se dejan alcanzar cuando las perseguimos con pies diligentes”.

Por eso quise escribirte hoy sobre el caminar, como acto existencial, más allá del ejercicio. He aprendido que las caminatas aclaran la mente, conectan con la naturaleza, ayudan a que el aire llegue a todas las células del cuerpo, inspiran la conversación y son tan buenas como las duchas para la reflexión y la solución de problemas. ¿Recuerdas a Fernando González en su viaje a pie?: “Caminar es el gran placer para el cuerpo, pues todo está hecho para ello”.

Mucho hay de caminos y caminantes en la literatura. ¿Recuerdas a Rimbaud, que en algún verso habló de sus “botas que azotan el camino”? O a Thoreau: “Si con antojo desplegado, / te vas de tu morada / puedes dar la vuelta al mundo / por el Viejo Camino de Marlborough”. ¡Bonito eso del antojo como ganas de ver y explorar! O qué tal Kundera en su ensayo sobre los viejos caminos abandonados por el auge del automóvil que nos quitó el saludo a los desconocidos con los que compartíamos la ruta. Triste que de esos “¡bueeeenas...!” que surgían al cruzarnos con otro caminante ahora apenas quede el deslucido cambio de luces de las carreteras modernas.

¿Será que hacemos una tertulia peripatética? Nuestras botas acariciarían la tierra, las palabras danzarían y el alma se explayaría en la silenciosa algarabía de la naturaleza. Hazme una seña, el camino nos espera.

Se despide, tu contertulio epistolar.

* Director de Comfama