Las alternativas del norte
Terminó el medio mes de convenciones estadounidenses que no son más que la parafernalia para etiquetar a sus dos candidatos presidenciales con miras a noviembre. Discursos copiados y arengas conservadoras de un lado y frases de cajón y burlas liberales del otro. Trump y Hillary a la final. Los dos políticos más odiados de su nación en los años recientes listos al último round de una pelea que el mundo observa consternado.
La conclusión, tras la pirotecnia y las peroratas impostadas, es preocupante. Del lado republicano la configuración del poder total entregado a Trump es motivo de las angustias más sinceras. El empresario se consolida como una amenaza latente sin despojarse ni un segundo del disfraz de payaso mientras hace ofrecimientos irrealizables pero efectivistas que tienen eco en una parte importante de la sociedad cansada, en crisis de valores y en bancarrota. Ninguna estupidez lo detiene. Puede cruzar los límites de lo moralmente aceptable, burlarse de las mujeres o los discapacitados, proponer a Rusia que vulnere la seguridad informática de su país, hacer patente su ignorancia en geopolítica, atacar a los históricos de su propio partido; pero nada pasa. Él sigue ahí. Él y la caricatura misma que ha creado. Rey y bufón de la corte en un mismo cuerpo.
De la esquina demócrata Hillary intentó mostrar un lado cándido frente al oscurantismo de su rival. Pretendió vender esperanza ante los pronósticos apocalípticos de la vereda enemiga. Pero su imagen no hace más que empeorar. Demasiados estadounidenses la ven como un títere de intereses malsanos y una mujer que ha vivido a costa del Estado no solo para lucrarse sino para evadir responsabilidades fiscales y penales. Le ven la risa demasiado falsa así la abrace Obama casi de forma platónica o la aplauda Bernie Sanders un poco a regañadientes.
En elecciones contemporáneas, de alternativas duales como esta, las propuestas terminan por simplificarse al máximo. Son muy pocos los ciudadanos que escudriñan a fondo las ofertas programáticas y muchos más los que toman su decisión basados en un eslogan. Los candidatos también lo prefieren así. Que no se analice mucho. Que sea blanco o negro. Todo o nada. Cielo o infierno. Y podríamos decir que en esta ocasión, y como lo dijo alguna vez Vargas Llosa hablando de política en Perú, la dualidad es más drástica: para muchos se trata de escoger entre el sida o el cáncer.