LAS BIBLIOTECAS HUMANAS
En el mundo cada vez son más las bibliotecas donde hay libros que no son de papel y se puede pedir prestada a una persona en lugar de un libro para escuchar la historia de su vida y compartir sus experiencias.
Se llaman bibliotecas humanas. El lector ingresa a la biblioteca y escoge un título. Enseguida se encuentra con alguien que se llama libro. Pero no es un libro con páginas, sino una persona que cuenta una historia. En otras palabras, es un libro humano.
“Los libros humanos, por lo regular, son emigrantes, enfermos, refugiados, discapacitados, transexuales, personas con una historia a sus espaldas, a veces trágica, que los convierte en auténticos maestros de esta complicada aventura que llamamos vida” dice Ronni Abergel, un periodista de Dinamarca que es uno de sus fundadores. “Las bibliotecas humanas nos enseñan que las apariencias suelen engañar, y que las personas somos como portadas de libros que aún no hemos leído y que deberíamos leer”.
La historia empezó en Copenhague en 1993 como una respuesta a la violencia que vivía la ciudad. Un amigo de Ronni fue apuñalado. Aunque por fortuna no murió, cuatro amigos comunes, liderados por Ronni, decidieron movilizar a los jóvenes daneses contra la violencia. El movimiento buscaba romper los prejuicios que obstruyen el diálogo entre personas de distinto origen, raza, condición, cultura y creencias religiosas o políticas.
De la mano de Ronni Abergel y sus amigos, y con el apoyo de la organización no gubernamental Stop the Violence, la experiencia se concretó en el año 2000. El movimiento se llamó Human Library. En la actualidad, la organización cuenta con 30.000 miembros en ese país.
El lema personal de Abergel es: “¿Cómo vamos a entendernos si no tenemos la oportunidad de hablar unos con otros?” El lema del movimiento es: “No juzgues un libro por su cubierta”. En otras palabras, “no juzgues a las personas por su aspecto”.
Las bibliotecas humanas son espacios en los que personas con algo que contar hacen de libros. Quienes quieran, pueden acudir a leerlos, es decir, conversar con ellos.
Hoy existen bibliotecas humanas en más de 80 países como Reino Unido, Rumania, Islandia, Noruega, Canadá, India, Italia, Estados Unidos, España y Portugal. En América Latina, existen en México y Colombia.
Algunas de ellas no se encuentran en un lugar concreto, como en India. Van cambiando de ubicación en función del día. No se requieren grandes presupuestos, pues los libros humanos no son contratados, sino voluntarios. Además, no son necesarios micrófonos, bocinas, o grandes escenarios: solo dos personas y un par de sillas en un espacio que sirva para conversar.
Visité las páginas web de algunas bibliotecas alrededor del mundo. En ellas encontré libros con títulos como estos: “Historia de un gitano”, “Soy veterano de la Guerra de Irak”, “Soy refugiada”, “Vivo en la calle”, “Soy autista”, “Me convertí al islam”...
En algunas bibliotecas, como las de México, la gente escribe sus historias: un joven que nació con parálisis cerebral y hoy es licenciado en psicología. Un Trans que abusó de implantes y cirugías para cambiar su apariencia y hoy está en silla de ruedas. Un campeón paralímpico de natación con síndrome de Down. Un joven baterista y pianista que toca con un solo brazo y está a punto de ser admitido a la carrera de música en una universidad.
En Colombia, la primera Biblioteca Humana de la que tengo noticia se fundó en 2014 en el Centro Cultural de Moravia, en Medellín. En el catálogo aparecen libros humanos como “Alexandra desnuda”, “Enano y duende”, “Modelo”, “Ese pobre marica”, “La india equivocada” y “Bailarina africana”. No sé qué fue de ella.
Cuánta falta nos hacen bibliotecas como estas donde podamos leernos y escucharnos como somos, sin odio ni prejuicios