Columnistas

Las cosas que suponemos

18 de abril de 2021

Nos pasamos la vida haciendo suposiciones. Como por ejemplo, que un hombre de 82 años que acaba de morir tras pasar los últimos 12 años de su vida en prisión por haber cometido la estafa más grande en la historia de Wall Street, debe haber tenido tiempo suficiente para arrepentirse del daño que causó a miles de personas que creyeron en su palabra y le entregaron sus ahorros. Y sin embargo, no fue así. Su verdadero remordimiento se centraba en cómo destruyó su carrera y su vida, en nada más.

Bernie Madoff, sentenciado a 150 años de cárcel por birlarle a sus clientes 65 mil millones de dólares, se fue hace unos días de este mundo convencido de que en realidad no había hecho tanto daño a sus clientes, a la vez que nos demostraba que entre el ser y el deber ser puede haber abismos gigantescos. Porque si bien se sometió a la justicia cuando se vio pillado y acató el castigo que se le impuso por incumplir la ley, jamás renunció a su esencia. Tras las rejas siguió aplicando su instinto para los negocios y durante un tiempo, en una jugada maestra, compró y acaparó todos los sobres para preparar chocolate caliente que tenía la cafetería del centro penitenciario y luego se los revendió a sus compañeros por un precio bastante más alto. Su forma de interactuar con otros individuos jamás sufrió el más mínimo cambio.

Las suposiciones no tienen que ser necesariamente malas, lo peligroso es creer que son verdades absolutas. Pensar por ejemplo que el tiempo de castigo es tiempo de aprendizaje y cambio, cuando en realidad sólo es de expiación. O asumir que una estafa piramidal como la cometida es obra de un solo hombre cuando obviamente es producto de un sistema financiero amoral que en su momento lo sostuvo y lo animó porque se beneficiaba de sus actos. También podría serlo el suponer que uno es tan listo y está tan arriba en la escala social que podría seguir manteniendo una mentira de manera indefinida. Hasta que pierde a su familia y a sus amistades y ni siquiera usa las cinco horas mensuales que se le permiten para hablar por teléfono desde la cárcel porque no tiene a quién llamar.

Lo dicho, se nos va el tiempo suponiendo que hay tiempo, que no estamos solos, que siempre nos van a buscar, que no hemos hecho daño y que el virus no nos va a alcanzar. Suponemos que somos lo que hemos querido ser y no lo que hemos podido. Lo sano sería suponer lo contrario