Las niñas que ya no importan
Hace dos años el pueblo cristiano de Chibok, olvidado en la remota Nigeria, saltó a la fama de la peor manera. El 14 de abril de 2014 hombres armados entraron a una pequeña escuela femenina para llevarse más de doscientas niñas en un escabroso secuestro masivo. Al sonido de las balas los terroristas se presentaron como Boko Haram, grupo radicalizado en su visión perversa del islam, y anunciaron su ataque a la “educación occidental”: el destino invariable de las mujeres debía ser el hogar y el servicio a su esposo. Asesinaron a un grupo de adultos y luego desaparecieron.
Días después, ante el terror de los padres, Boko Haram reveló que las menores seguían en su poder aunque no por mucho tiempo. La idea era convertirlas en esposas de algunos líderes radicales o venderlas en el mercado negro de esclavas. Sin importar el destino, nunca volverían a ver los rostros de sus familias.
La reacción internacional pareció lenta ante la proporción de la tragedia, aunque se pronunciaron de cada rincón gubernamental. Hablaron los líderes de Estados Unidos y de Canadá, de Nigeria y de la Unión Europea. Aseguraron todos que traerían de vuelta a las niñas mientras, en tiempo de indignaciones etéreas, popularizaron el hashtag #bringbackourgirls. Famosos subieron fotos a sus redes sociales con un cartelito de apoyo.
Nada más ha pasado desde entonces.
Como una siniestra conmemoración, y ante la súplica de los padres que han perdido la cordura, Boko Haram presentó la semana pasada un video en el que se ven 15 de las 276 niñas. Muchas posiblemente ya fueron vendidas.
Cuesta creer que la prueba de supervivencia signifique algún tipo de respiro, peor aún cuando se duda de su actualidad. Como aliado que le juró lealtad al Estado Islámico, Boko Haram conoce del efecto de la publicidad del dolor y quiere aprovecharse de los videos virales.
Pero poco se habla en estos días de las pequeñas secuestradas y ni siquiera la grabación con sus rostros significó un renacer noticioso de la tragedia. En este desastre inhumano que vivimos las víctimas no se miden con la misma vara y África no es Europa ni Chibok se parece a París. Las niñas son desdichadas de segunda categoría, muertas en vida y sepultadas en el olvido.