Columnistas

LAS NUEVAS CADENAS DE LA ESCLAVITUD

30 de abril de 2018

Acabo de descubrir el agua tibia: el capitalismo es salvaje, insensible y se rige únicamente por el ánimo de lucro.

En la Conferencia de Yalta, posterior a la Segunda Guerra Mundial, los tres países que la ganaron repartieron el mundo en dos bloques: Los países capitalistas y los comunistas. Algunas naciones se sacudieron y conformaron el bloque de los países no alineados. Colombia quedó entre los capitalistas, por estar en América, bajo una especie de colonialismo de Estados Unidos.

No voy a discutir si nos hubiera ido mejor en otro grupo, porque los comunistas han demostrado que no son capaces de cumplir con su promesa de igualdad para todos. Colombia tampoco está lejos de las inequidades de todos los sistemas, que favorecen a los que más tienen.

Ejemplo: Un préstamo bancario tiene un prerrequisito insalvable para quien lo pide: Demostrar que no lo necesita. Aparte de un codeudor, dos, o tres, según el monto, todos con propiedad raíz, certificados de ingresos y veinte papeles más que muestren solvencia, el solicitante casi que tiene que demostrar que lo está pidiendo por ociosidad, para sentarse a rascarse el ombligo con la punta de un billete a la orilla del mar.

Si no llena los requisitos exigidos, póngale la firma que ese préstamo se le embolata. “No tiene capacidad”, le dirán. No insista. No es no, y punto.

Y si se lo aprueban, téngase del pelo. Sepa que hay una “bodega” llena de gente, dispuesta a llamarlo insistentemente, a cualquier hora del día o de la noche, para recordarle que su cuenta presenta una mora de diez minutos y que pasará a cobro jurídico. Puedo estar exagerando, pero no mucho. El proceso de cobro es igual para las tarjetas de crédito y creo, sin dudarlo, que es una fuente de estrés y enfermedad mental para quienes han sido buenas pagas y un día, por física incapacidad, se atrasan en sus obligaciones. Ruegos van, pedidos de refinanciación vienen, que por lo general no son atendidos. Pero cuando el deudor por fin toma el control del lazo que lo ahorca y decide cancelarlas, se vuelve objeto de acoso financiero para impedírselo: Después de que lo han amenazado con abogados, con embargos y con manchar su hoja de vida crediticia, ahora resulta que es el mejor cliente del banco y, en retribución, le ofrecen una tarjeta con el doble del cupo de la que está cancelando. Y somos tan ingenuos que hasta les agradecemos el detalle.

Usted es cliente VIP o Priority mientras le llenan los bolsillos de dinero plástico y costoso. Después, al rebasar los límites en su voraz rapiña de colocación, lo habrán empobrecido a niveles insostenibles y será un ente preocupado que intenta cada quincena cuadrar el flujo de caja, en el que no queda ni para un tinto.

Nada distinto a la sociedad de consumo o a una necesidad imperiosa nos obliga a endeudarnos. Es legal que los bancos les paguen a sus ahorradores intereses muy bajitos y les cobren a sus acreedores intereses muy altos, pero sin duda no es decente. Y sin duda, son humillantes las ganancias que reportan en billones cada año. Cuando alguien está muy rico, es porque alguien está muy pobre.

Y creíamos que el tiempo de la esclavitud había pasado, pero no: solo cambiaron las cadenas. Ahora son pagarés, extractos de tarjetas de crédito e interminables hipotecas por pagar.