Columnistas

Las sirenas no existen

Los estridentes cantos de sirena de hoy hacen olvidar que hace unas cuatro décadas la mayor parte del país no tenía acceso a agua potable ni alcantarillado y millones de familias cocinaban con leña.

03 de mayo de 2022

El título de esta columna es absurdo. Incluso ridículo. El asunto es que hay personas que creen que sí, que las sirenas existen y que su canto maravilloso conduce no a profundidades mortales, sino al cielo luminoso, con ríos de oro y miel. Aunque no las llaman sirenas, sino políticos líderes de un promisorio cambio repleto de un inmediato futuro de prosperidad. Fue Homero en la Odisea quien describió a las sirenas, y de paso a ciertos políticos, como seres de hechizo y engaño, por lo cual se recomendaba intentar no escucharlas.

No los culpo. Son la expresión de una conducta humana paradójica, contradictoria y, en algunos casos puntuales, esquizofrénica en el sentido de una negación radical de la realidad.

Los estridentes cantos de sirena de hoy hacen olvidar que hace unas cuatro décadas la mayor parte del país no tenía acceso a agua potable ni alcantarillado y millones de familias cocinaban con leña; que en 1994, cuando se aprobó la ley 100, tres de cada cuatro colombianos estaban sin afiliación a un sistema de salud, subsidiado o pagado. Que en el gobierno Samper rozamos el 70 % de la pobreza en la población colombiana, tras una mejoría experimentada entre los gobiernos de Barco y Gaviria. Eso sí, sin dejar de considerar que la medición de la pobreza de esos años tenía en cuenta indicadores mucho menores que los de ahora; básicamente, solo evaluaban alimentos e ingresos. Un pobre de 1990 no tenía acceso a salud gratuita, la educación era de tan bajo nivel en cobertura e infraestructura que quienes hicimos primaria o bachillerato públicos en esos años recordamos que nuestros padres pagaban matrícula y pensiones dada la precariedad de los presupuestos oficiales. No había transporte ni alimentación ni útiles gratuitos. La tecnología era ciencia ficción.

Hace tres décadas, la expectativa de vida estaba por debajo de 70 años y hemos llegado a más de 77 años, aunque cayó ligeramente a causa de la pandemia. La pobreza multidimensional (que mide más que el ingreso) bajó de casi el 30 % en 2010 a 16 % en 2021; en zonas rurales, del 51 % al 31 %; el PIB colombiano ha sido el de mayor aumento en Latinoamérica entre 2010 y 2020...

Falta muchísimo, sin duda. Especialmente, en recortar la gran brecha de la desigualdad (índice Gini), mejorar la seguridad de tantas regiones que aún son azotadas por la violencia y un Estado débil o ausente, y atacar con contundencia la corrupción, que carcome y destroza tanto el presupuesto como la confianza en quienes nos gobiernan. Esas son las prioridades, de ellas se desprende buena parte de lo que el país puede y debe avanzar mucho más. Por ello, apostarle ahora al fatalismo, a las profecías del desastre, a vociferar que aquí no hay democracia, que estamos peor que Venezuela, que la ley 100 es un adefesio, que los fondos privados de pensiones son el diablo (18 millones de ahorradores) y que las costosísimas pensiones públicas —botín de una minoría rica— son la panacea, todo ello no es más que un canto de sirena destructivo al que, como asustadizos e ignorantes marineros, muchos quieren apostarle. Bastaría con que sepan que las sirenas no existen