Columnistas

Las voces que nadie escucha

13 de agosto de 2015

Hace tres meses escribí por primera vez en estas páginas para hablar sobre la rendición de cuentas que convocó la representante antioqueña Margarita Restrepo a la Comisión intersectorial para prevención del reclutamiento forzado.

En aquella ocasión luego de los consabidos discursos que procuran dibujar la atroz realidad como un problema menor, Margarita le propuso al Dr. De la Calle, que les llevara a las Farc el mensaje de que exigíamos que en los próximos tres meses, es decir, hasta el once de agosto, hicieran un gesto de paz verdadero y empezaran a dejar en libertad, en las condiciones que ellos escogieran, a las niñas y niños que hacen parte de sus filas.

Pocos días después los jefes de las Farc anunciaron que empezarían a liberar a los niños. Ya pasaron tres meses desde entonces y hasta hoy, ni uno solo ha sido liberado.

El reclutamiento continúa. Se calcula que cerca de 550 niñas y niños han sido reclutados en lo que lleva este año por las Farc. El reclutamiento se recrudece en las ciudades donde cada día cobran más auge las milicias que no son otra cosa que las Farc en el sector urbano. Si bien en los últimos meses las bacrim se han convertido en las principales reclutadoras, no lo son porque las Farc hayan disminuido su ritmo. De hecho, cada vez son más cortos los lazos entre bacrim y Farc, y es más difícil saber cuándo los recluta uno u otro.

Como las Farc no han visto que nadie les exija realmente dejar de reclutar, lo siguen haciendo impunemente. Y la cuestión es evidente: ¿cómo puede ser posible que los jefes de las Farc estén en una mesa, hablando tranquilamente, mientras el grupo armado organizado que comandan, sigue cometiendo uno de los crímenes de guerra más graves y reprochables que existen? La sola duda de que haya niñas y niños en sus filas sería suficiente razón para detener cualquier negociación, puesto que se trata de un grupo responsable de un crimen internacional. Pero en nuestro caso ni siquiera hay duda, es un hecho probado que incluso ellos mismos reconocieron en el mes de febrero.

Estamos dejando que se sientan tranquilos, sin la condición mínima de al menos mientras están negociando, dejar de cometer el crimen que se convirtió en la primera condena de la Corte Penal Internacional por la gravedad de sus consecuencias.

A pesar de la indiferencia las voces no se han callado. Los informes, las publicaciones, las entrevistas, que denuncian estas prácticas continúan. Cada vez hay más gente que, como Margarita Restrepo, se preocupan de que no se apague la llama.

Es muy loable la labor del Ministerio Público que trabaja con profundidad en el tema, al igual que organizaciones muy serias, que siguen informando sin pausa. Pero mientras eso sucede, las sentencias de la Corte Suprema absuelven a los jefes de las Farc y nada se oye de nuevas imputaciones de la Fiscalía por estos crímenes.

Las voces no se callan, pero parece que nadie quiere escucharlas. Quizá lo único para lo que han servido es para eliminar la vil excusa de la ignorancia, y que quienes se niegan a hacer algo por los miles de reclutados, tengan que encarar el reproche moral que implica su nefasta indiferencia.