Columnistas

Léale a los niños, incluido usted

02 de mayo de 2016

“Platero es pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría todo de algodón; que no lleva huesos. Sólo los espejos de azabache de sus ojos son duros cual dos escarabajos de cristal negro. Lo dejo suelto, y se va al prado, y acaricia tibiamente con su hocico, rozándolas apenas, las florecillas rosas, celestes y gualdas”... “Lo llamo dulcemente: “¿Platero?”, y viene a mí con un trotecillo alegre que parece que se ríe, en no sé qué cascabeleo ideal”. De “Platero y yo” de Juan Ramón Jiménez.

No puedo creer que a usted al leer este pasaje no le aparecieron instantáneamente en su mente los ojos negros de Platero, o no “vio”, como si estuviese allí, como Platero coqueteaba con las flores y se acercaba a usted en feliz carrerilla. ¿No le provocó sobarle la cabeza a Platero? ¿No le parece esto magia? Si no le pasó, entonces hágase revisar de un médico o tal vez usted esté muerto y nadie se lo ha dicho.

Si me sucede a mí que estoy viejo, ¿se imagina lo que leerle un cuento puede producir en un niño? ¿No cree que sea una de las herramientas más potentes para desarrollar su mente?

Hace casi dos años escribí sobre la maravillosa ilustradora de cuentos infantiles Beatrix Potter y sus hermosas imágenes del cuento “Pedro el conejo”, que le ablandan el alma hasta al más perverso. Hoy quería referirme a las imágenes que se pintan solas en la mente a partir de las palabras que alguien nos dice y la relación que se establece entre quien lee y quien escucha.

En febrero de este año, Meghan Cox, comentarista de libros infantiles en el Wall Street Journal, escribió una maravillosa columna en la que decía de manera insuperable lo siguiente: “Sentarse con los niños y leerles un buen libro es desde hace tiempo una de las grandes prácticas civilizadoras de la vida doméstica, una forma casi mágica de cultivar sentimientos de compañerismo, chistes compartidos y un entendimiento cultural común. Sin dudas en la era moderna hay algo atractivamente anticuado en que un adulto y un niño o dos estén sentados en medio de un silencio solo roto por el sonido de una sola voz humana. Sin embargo, ¡cuán acogedor y adorable es! A diferencia de los aparatos tecnológicos, que atomizan a la familia al absorber a cada miembro a su propia realidad virtual, las grandes historias acercan a las personas de diferentes edades, emocional y físicamente”.

Los expertos dicen que leerle en voz alta a los niños los hace más reflexivos, aprenden a distinguir lo bueno de lo malo y a combatir sus temores, su cerebro trabaja y crea pues no reciben todo resuelto, mejoran su memoria y disponibilidad a expresarse, desarrollan capacidades para percibir y comprender, amplían su sensibilidad, se sienten queridos por sus padres porque les dan lo que menos les sobra, tiempo; amplían su vocabulario, se enamoran de la lectura, mejoran su capacidad de atención y si tiene suerte, hasta de pronto se “tranquilizan”.

¿Qué espera para hacerlo? y si no tiene niños, recuerde que le queda uno adentro.