Columnistas

Libros viejos

10 de septiembre de 2018

Las librerías de viejo son una parte fascinante del mundo de los libros. Como en muchas otras actividades humanas, existen ciertas diferencias dentro del negocio. Están los sencillos vendedores callejeros de libros de segunda mano y aquellos más establecidos con locales amplios colmados de todo tipo de ejemplares. Y están también los libreros de anticuarios, la categoría más alta y sofisticada de los comerciantes de libros de segunda mano, que tiene incluso ramificaciones internacionales. En este último caso, el librero debe conocer acerca de las primeras ediciones, de las ediciones numeradas, de los libros empastados en cuero con dorados y repujados y del valor de una joya firmada por su autor. Aún mejor si puede conocer la historia de los propietarios de un ejemplar especial.

La fuente de los libros viejos son las bibliotecas personales. Estas son vendidas a veces por necesidades económicas de sus propietarios, o por herederos poco interesados en mantener la colección. Para los anticuarios el santo grial es encontrar una biblioteca de antología que les permita rescatar ejemplares únicos muy valiosos. En muchos países esas inapreciables bibliotecas son vendidas completas en subastas especializadas.

Padura en su libro La neblina del ayer muestra al detective retirado Conde procurándose unos ingresos adicionales como comerciante de libros viejos, e invita a dar una mirada a ese mundo. La trama de la novela, con crimen incluido, permite al autor comparar momentos de la Cuba pre y pos revolucionaria, utilizando como vehículo una esplendorosa biblioteca puesta en venta por uno de los personajes de la novela y en cuyos libros aparecen entreverados mensajes del pasado. Esto le da un marco magnífico a la novela donde los libros más valiosos son referencias a momentos trascendentales en la historia de la isla.

Se podría decir que Padura está diciendo algo muy importante: el acervo de libros de un país, la biblioteca nacional, hace parte de la herencia cultural de una sociedad. Es también la memoria que evita que la neblina oculte lo sucedido. En los antiguos textos, ubicados en una bien conservada biblioteca en La Habana hay muchas respuestas a las preguntas de los cubanos. Pero esos libros, ese patrimonio, se fuga hacia el mundo de los coleccionistas internacionales ante las urgencias de los isleños.

Esa reflexión suscita el buen trabajo de Juliana Gil publicado en EL COLOMBIANO (1 de septiembre) en el que narra las afujias de las librerías de viejo en Venezuela. Saber que muchas colecciones valiosas son consignadas sin esperanza en esas librerías recuerda a Padura y, en especial, a su reflexión política en la que sugiere que la economía socialista de la penuria, que él sufre con sus legendarios amigotes, lleva a malvender, entre muchas otras cosas, a ejemplares únicos, parte de una herencia cultural extensa y plural. Algo que seguramente pasará en Venezuela donde también el hambre apremia, fruto del mismo socialismo insensato y que pone en peligro su más sagrado patrimonio, la historia que está consignada en los mejores libros viejos.