Columnistas

Llinás, los caimanes y los gatos

25 de abril de 2018

El rock star de la ciencia, así fue saludado Rodolfo Llinás en el máximo auditorio de la Feria del Libro de Bogotá. Sucedió en la noche del domingo pasado, cuando un frío polar apelmazaba las neuronas de las centenas de personas en fila, cada una con la boleta requerida.

Los técnicos y una menuda presentadora del canal de tv de la Farc se mordían las uñas en medio de la tropa de periodistas a quienes se les permitió acceso solamente cuando las 700 sillas se llenaron. Afuera suspiraron de desánimo otros tantos espectadores que habrían llenado otro teatro de igual capacidad. Inútiles los ruegos: el acto parecía cerebralmente organizado.

Pablo Correa, autor de la biografía “Rodolfo Llinás. La pregunta difícil”, Penguin 2017, abrió el diálogo aludiendo a la avidez de tantos por la ciencia. El neurocientífico, inconfundible por su pelo tupido de nieve perpetua, no ahorró palabras para celebrar el gentío: hace diez años esto era impensable.

Luego se fue a sus cuatro años cuando su abuelo siquiatra lo llevó en vapor desde Barranquilla hasta el interior. Le resolvió las mil curiosidades de niño asombrado. Lo tranquilizó sobre los pobres ojos de los caimanes debajo de los barrizales de las orillas del río Magdalena. ¿No se enferman de la vista? No, ellos tienen tres párpados, uno de los cuales gira como un parabrisas.

A Llinás lo martiriza la mala calidad de la educación, basada en datos y memoria. ¡Qué vaina! –exclama en desenvuelto tono rolo- en vez de eso debemos darles contextos a los muchachos. Nunca menospreciar la inteligencia de los niños, más bien responderles todas sus preguntas.

Claro, como hizo el abuelo, dispuesto siempre a explicarle que para pedir de regalo un gato verde es más fácil aprender letras y palabras, que dibujar ese gato y buscar el color verde. Para el más importante científico colombiano de la actualidad, el sentimiento y la razón van de la mano, son inseparables. De niño quería el gato, aprendió a escribir para comunicar su deseo.

Durante una hora Llinás se pintó de cuerpo entero. Es un niño de 83 años, figura menuda, caminado vacilante, risa bandida, confianza plena en sus experimentos con más gatos. En todos los continentes los laboratorios de los premios Nobel le abren puertas. La biografía de Correa, investigada y escrita como una obra de arte, le abrirá ahora las de sus compatriotas.