Lo que arrastra la arena
A menudo el pasado encuentra formas curiosas para hacerse presente. Una muy reciente ha sido la lluvia de polvo rojo (lluvia de sangre le dicen) que cubrió el mes pasado grandes extensiones de las cadenas montañosas de los Alpes y el Pirineo. Mientras en este lado del mundo tuvimos una presencia suave de la arena del Sahara, en varios lugares de Europa vieron cómo la nieve pura, blanca y prístina amanecía teñida y con un contenido radioactivo nada deseable, que es consecuencia de las pruebas atómicas que comenzaron a realizarse a principios de 1960 en el sur de Argelia.
Así que la Naturaleza nuevamente nos devuelve el boomerang para que recordemos que es imposible actuar sin que haya consecuencias. Por lo menos mientras dependa de su imparcialidad y no de la difusa justicia humana. Entre 1945 y 1980, todas las potencias atómicas realizaron más de 500 ensayos nucleares en desiertos y océanos, con graves consecuencias que no se limitaron a las poblaciones cercanas. El hemisferio norte, entero, está afectado por la polución. Y el viento y la lluvia son ahora los encargados de remover recuerdos depositando partículas por doquier. Estados Unidos, la Unión Soviética, Gran Bretaña, Francia y China jugaron a desplegar su poderío sin pensar en el mañana colectivo. Dijo Borges que “la lluvia es una cosa que sin duda sucede en el pasado”. Y aquí estamos, tratando de entender si vamos a morir ahogados.
Se supone que deben pasar siete ciclos de 30 años cada uno para que no quede más que el uno por ciento de radioactividad. 210 años para medio desintoxicar el mundo, aunque ahora pruebas semejantes estén en manos de otros, como por ejemplo Corea de Norte. Desde 1990, este tipo de fenómenos meteorológicos aumenta. A principios de junio del año pasado, la NASA midió la extensión de polvo que viajaba con el viento y cubría 3.000 kilómetros. A finales de ese mismo mes ya era de 8.000 kilómetros. Si esto no estremece un poco es porque la mente se satura con tanta realidad y la impotencia y la necesidad de amnesia se confabulan para que sigamos adelante. Cortoplacista pero efectivo.
El viento continuará soplando sus verdades. El polvo fino de esas dunas majestuosas seguirá viajando hasta donde nunca pensó llegar. Y el aporte del hombre, tras su intervención furtiva, nos ofrecerá otra forma más de contaminar lo que ya era perfecto en sus orígenes. Tal parece que sin remordimiento. Como escribió Eusebio Val, corresponsal de prensa en París, al confirmarse la presencia del radioisótopo Cesio 137 en la arena, “El polvo del Sahara viene cargado de mala conciencia”
Lina María Múnera G.
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