Columnistas

Lo que encuentras en las tinieblas

24 de mayo de 2015

En su obra El corazón de las tinieblas, Joseph Conrad describió como la tiniebla los lugares del Congo belga en el que Marlow, el personaje principal, no solo llegó a lo que parecían las profundidades del mundo, sino del alma del ser humano. Aquellos lugares de instinto desatado, en los que se borran significado y motivos y el alma pierde la voz. Lo que parece en un momento una historia de oposición moral y hasta de razas y civilizaciones termina por demostrar que el ser humano rara vez se diferencia de otro miembro de su especie, por más esfuerzos que haga para demostrar lo contrario.

Quizás pensamos que porque hay teléfonos que son más inteligentes que la persona promedio se puede decir que hemos progresado. Nos consideramos civilizados. Unos elegidos de Dios o de Darwin, o un poco de ambos. No más caras pintadas, ni gritos, ni ídolos, partes privadas bien consignadas tras tela y pudor, pero mientras tanto se sigue explotando y robando de la peor forma posible en todos lados. Las democracias modernas se tambalean y sus ciudadanos ni se enteran, mientras el pensamiento crítico y hasta el mismo Dios compite con los selfies de los famosos y una obsesión con no envejecer. La sociedad se va carcomiendo por un cáncer que se refleja en distintos tipos de violencia, desde la de pólvora hasta la de los polos que caen al mar vencidos.

Se ha edificado un progreso muy parecido al canibalismo más primitivo, solo que un poco más elegante y con nombres mucho más complejos. Propuestas que suenan a reivindicación o a una renovación del pasado, que se nutren de palabras rimbombantes sirven para el argumento tan cómodo de que los países se construyen como quien hace una sopa instantánea. En la era del político rock star o del rock star político todos estamos sedientos de un héroe. Cambiar el mundo ya no es cosa de ideales, sino de un buen community manager, un estilista ubicado y alguien que escriba discursos aunque no entienda tanto de Rousseau y Tockeveille, pero que sí sepa quiénes son las Kardashian, y los nombres de los hijos de Shakira y Piqué.

Quizás nos gobiernan las tinieblas mientras dejamos que la vida nos lleve por un gran río, como el Thames se unió con el Congo en la obra que utilizó dos ríos para unir dos mundos. Pero es mentira que hay dos mundos, mucho menos tres, es uno solo, así como el ser humano es una sola especie que en mayor o menor grado se deja llevar por su lado más oscuro cuando de sus miedos se trata. Cuando busca aferrarse a la vida y hacerse un territorio desde todo lo que está fuera de sí mismo. El alma propia es quizás el territorio más complejo de explorar, porque nos lleva a las profundidades de nuestros instintos más terribles.

Después de tantos siglos de sangre derramada. De pensar que las respuestas son tan obvias y que los remedios son tan básicos seguimos en el mismo lugar solo que la mitad del globo –o menos- tiene más parafernalia. Pensando que desde el anonimato y la apatía podemos declarar la inocencia porque el no tener un peso evidente en la historia de la humanidad de alguna forma nos descarga. Porque siempre nos ha parecido que el pecado de omisión es mucho menor al de obra. Antes de abrir mi libro por la noche pienso que solo el hecho de tener sábanas y un techo por encima de cabeza me hace alguien con suerte. ¿Qué más puedo pedir? ¿Qué más puedo hacer? Cambiar el mundo sería pretender robarle el trabajo a Atlas y no estoy para mitos. A la vez nadie dijo que cambiar el mundo implica que uno lo lleve a cuestas. En días tristes en que galopa la muerte y el ser humano tiene aspecto de ruina, se abre la puerta y alguien me ofrece con humildad y una sonrisa el favor de una medicina que me hacía falta. Sin mentiras de todo va a estar bien, porque sabemos que eso no es cierto, y que incluso el intelecto nos dice que muchas cosas van para peor, pero mientras uno pueda sentir la presencia de alguien que se para junto a ti en solidaridad comienza otro tipo de viaje hacia las profundidades del ser humano, uno en que encuentra y deja pasar las expresiones más bellas. Y es entonces cuando se hace la luz.