Locos que hacen muchos locos
Es impresionante la velocidad con que se propaga la imbecilidad. La inteligencia supone muchos años de formación y disciplina. En cambio la estupidez se fabrica en instantes, a golpe repetido de mentiras y amenazas.
Por eso es tan difícil construir una nación y tan sencillo incendiarla. La construcción tarda generaciones, es labor opaca y obliga a poner en acción la dura tarea de pensar. No da frutos rápidos, no sirve para ganar elecciones.
Arrasar con una sociedad, en contraste, consiste en descubrir sus hondas debilidades y propulsarlas hasta generar histeria. Esto sí atrae votos, porque despoja de poder a los ciudadanos para depositarlo íntegro en la figura del azuzador.
En la segunda mitad del XVIII vivió un astrónomo, físico y escritor, alto representante de la Ilustración alemana. Escogió los aforismos como vehículo de su agudeza. Lichtenberg llegó a ser no solo científico sino humanista, conocedor de sus semejantes.
En el siguiente lance dibujó su época, germen de lo que hoy vemos: “Vivimos en un mundo en que un loco hace muchos locos, mientras que un hombre sabio hace pocos sabios”.
La fuerza de los locos, podría decirse. Es obvio que Lichtenberg no se refiere aquí a una categoría médica. No es la demencia de manicomio la que está en juego. Tampoco se trata de la chifladura necesaria de los iluminados, de quienes ven más agudamente y por tanto alumbran caminos futuros.
No. Se habla en este aforismo de la chifladura por oposición a la sabiduría. El loco que hace muchos locos es el orate, el desencajado, el megalómano. Para descubrirlos el mismo autor esculpió una regla áurea: “No hay que juzgar a los hombres por sus opiniones, sino por lo que estas opiniones hacen de ellos”.
Basta mirarles la mirada, la dificultad para la sonrisa, el nulo sentido del humor, el verbo de Cantinflas, el ímpetu permanente hacia el salto de tigre. Basta adivinar su pensamiento, vehiculizado por la cascada de incongruencias que deslizan.
Estos locos peligrosos son piltrafas del poder en cualquiera de sus formas. Se duelen las 24 horas del abandono seminal en su infancia. Por eso conectan desde las vísceras con las mayorías de un país cuyos niños son traídos al mundo sin ser deseados.
No son locos de atar y llevar a Sibaté. Si así fuera, serían inimputables. Por el contrario, son culpables de envenenar con intención los acueductos espirituales de donde bebe la gente.