Columnistas

Los buenos padres también se estrellan

24 de febrero de 2017

En el edificio donde viví por varios años en Valencia, España, me tocó presenciar un episodio doloroso: nos enteramos de la muerte de una anciana vecina por su hedor, varios días después de fallecida. Allí, como en otras ciudades europeas, me di cuenta de un fenómeno que en aquel momento era novedoso para mí. Los jóvenes, una vez contaban con la mínima capacidad económica para sustentarse, se instalaban fuera de sus casas. Algo, en principio, de elogiar, pues mostraba una determinación de autonomía. Pero fui dándome cuenta de cómo se hacía frecuente la sensación de distancia y abandono con los mayores. Pero esa no es historia solo del otro lado del océano. En Medellín también registré años atrás el caso de un anciano, del que supimos de su muerte por los olores que lo delataban. Las aves de rapiña habían hecho destrozos en su cuerpo que había quedado en el patio de su casa después de un fulminante infarto.

El abandono y maltrato a los adultos mayores es un fenómeno, lastimosamente, cada vez más frecuente. Los registros en nuestro país dan cuenta de un aumento desmesurado en la última década. Bogotá y Medellín son las ciudades que reportan el mayor número de casos.

Son muchas las causas que han disparado este fenómeno social, pero entre las más contundentes puede estar el exceso de protección. El gran error que muchos cometen es confundir ser buenos padres con fungir como sujetos proveedores. De padres proveedores devienen hijos parásitos. Son útiles y tienen el abrazo, mientras sean el soporte económico, tanto para la manutención de sus hijos, como para sus estudios y extravagancias. Después, serán olvidados. Algunos, incluso, son acosados para que abandonen sus viviendas y propiedades. Los hijos reclaman con furia lo que ya estiman como suyo, no importa si eso signifique que sus progenitores terminen sus últimos años en el abandono. Son los que presumen del “Hotel Mama”. Ahí lo tienen todo, sin mover un dedo. Como los hoteles, son lugares también donde el diálogo y la convivencia pasan a segundo plano. Con los anfitriones hay más expresiones de incomodidad, intolerancia y burla, que paciencia y cariño. Es preciso encontrar, entonces, un equilibrio sano entre las dádivas a nuestros hijos y los modos que es debido cultivar para garantizar la formación de su autonomía y respeto.

Se percibe en los últimos años un interés internacional por tipificar como delito el descuido, abandono y maltrato del adulto mayor. En Colombia se da con el Proyecto de Ley 115 (“Indignidad Sucesoral”), aprobado por la Comisión Primera de la Cámara de Representantes a finales de 2016. No estoy en contra de esa tendencia. Es un recurso al que lamentablemente hemos llegado; pero deprime sentir ese interés como señal de una derrota en el empeño por preservar nuestra más preciada manifestación humana, cual es la del aprecio, respeto y reconocimiento de los adultos mayores, que fueron nuestro soporte, el primer mojón de nuestra supervivencia y formación. Esta es una clara señal de que somos una sociedad en deprimente deterioro.

Con el rol de los padres se da una sabiduría que va más allá de la formación académica y del estrato social. He conocido muchos padres, generalmente de sello campesino, con amplias destrezas para acompañar a sus hijos. Por el contrario, padres con altísimas calidades académicas que se estrellan en la formación de sus críos. Tantas experiencias lamentables nos confirman que no hay fórmulas exitosas. La experiencia, ensayar y equivocarse, puede ser el mejor maestro para ese aprendizaje. Es posible que también haya algo genético o heredado de hogares exitosos.