Los derechos del alma
Tal vez fue Nicolás Gómez Dávila la primera inteligencia en argumentar “para que los derechos del alma no prescriban”. Desde finales del XVIII los más populares son los derechos del hombre, más recientemente levantan fervor los derechos de los animales, incluso los derechos de la Tierra. Nadie, en cambio, habla de los derechos del alma, en un mundo donde justamente es patente la muerte del alma.
Los derechos humanos parecen referirse a la dimensión pública y política de las personas, mientras el alma señala su íntima almendra. Por eso defender a los hombres no equivale a velar por la dimensión poética de la gente. Es esta la que naufraga cada día más en la sociedad contemporánea.
Mientras se hunde el alma, cobra categoría el cuerpo. Y una de sus posibilidades, la sexualidad, amenaza con tomar señorío sobre todo órgano y orden. Publicidad, redes sociales, revistas lujosas y lujuriosas, televisión, vallas, conversaciones, pliegues cerebrales, andan erotizados. El cuerpo de las mujeres es gran pantalla mediante la cual se vende felicidad universal.
En una suerte de esbozo de los derechos del alma, Gómez Dávila cinceló sobre este punto: “Lo que atrae, aun sexualmente, es menos un cuerpo desnudo que un alma encarnada”. Solo que para absorber la finura de este perfume de mujer, es preciso mantener viva el alma.
No se nace con alma. Un alma se cría, como se levanta un bebé. El alma se alimenta de leche oriental de amanecer, se forja en los primeros años a fuerza de cuentos de misterio en la oreja, se pone a prueba a la hora de escoger profesión, se aquilata frente a amenazas o halagos. El alma, asimismo, adora volar, y nadar que es un volar más pesado. No es fácil procrear un alma.
Es fácil engendrar niños. Incluso preadolescentes de doce años son ahora madres de juguetes de carne, concebidos para escapar de la jaula o sencillamente porque el sexo es la única realización al alcance de todos. ¿Vienen equipadas de alma estas criaturas? ¿Lograrán sus niñas madres infundirles y custodiar el soplo que los haga astros?
Es que acceder al alma, en medio de tantos desalmados, es cuestión de fe. Lo explica así el autor mentado: “El alma solo le nace a quien cree en ella”. Así que el primer derecho del alma es verla, traspasar su aura impalpable. El segundo es ser nutrida a lo largo de los años con inyecciones de luz en las venas .