Columnistas

Los difuntos

04 de noviembre de 2016

La muerte no es como es, es como la veo. Vivo la muerte como decido verla. Si decido verla con tristeza, así la vivo, con tristeza. Y si la veo con alegría, la vivo así, con alegría. Me asombra sobremanera el poder que tengo de moldear en vida mi muerte.

“Después de esta vida, Dios mismo es nuestro lugar”, escribió San Agustín. Si Dios es el lugar donde voy a vivir, en la medida en que cultivo la relación de amor con mi Creador, estoy viviendo ya en ese lugar, Dios.

Gran negocio el de anticipar ya el lugar donde al morir voy a vivir, en el eterno presente del Creador.

Sor Isabel de la Trinidad, no menos atrevida que San Agustín, escribió: “He encontrado mi cielo en la tierra, porque Dios es el cielo, y Dios es mi alma”. Isabel tuvo la convicción de estar viviendo ya lo que su nombre significa, casa de Dios. Y completaba así su pensamiento: “El día en que comprendí esto, todo se iluminó en mi interior, y quiero contar muy bajito este secreto a todos los que amo para que también ellos se unan a Dios”.

Nacimiento, vida, muerte y resurrección son mis dimensiones dinámicas y simultáneas. Voy naciendo, viviendo, muriendo y resucitando simultánea y dinámicamente.

Al nacer comienzo a morir, y al morir acabo de nacer, es decir, resucitar, llegar a la plenitud de la vida que es Dios. Resucitar, mi más dichosa ventura, que comencé a vivir desde mi nacimiento.

Miro perplejo al infinito cuando recito este verso de san Juan de la Cruz: “Y máteme tu vista y hermosura”. Verso que el mismo poeta comenta. “No le puede ser al alma que ama amarga la muerte, pues en ella halla todas sus dulzuras y deleites de amor. No le puede ser triste su memoria, pues en ella halla junta la alegría; ni le puede ser pesada y penosa, pues es el remate de todas sus pesadumbres y penas y principio de todo su bien”.

Abro diariamente un espacio para dialogar con la muerte. Me asombra lo que veía Catalina de Génova. “Cuando veo morir a una persona, me digo: ¡Oh qué cosas nuevas, grandes y extraordinarias está a punto de ver!”.

El místico vive aclimatando los ojos para ver en el tiempo la eternidad.

Memoria de los fieles difuntos, oportunidad privilegiada para experimentar la vida divina en mi progresiva muerte humana. Modo prodigioso de anticipar el cielo en la tierra. Mis queridos difuntos, mis maravillosos ángeles de la guarda.