Los juegos del silencio
Por Lina María Múnera G.
muneralina66@gmail.com
“No hubo gritos de apoyo alrededor. En su lugar, sólo calma y serenidad. Podíamos escuchar la respiración del otro. Y fuimos capaces de admirarnos mutuamente”. Así describió el judoca Nahoisa Takato el momento casi reverencial en el que obtuvo la primera medalla de oro para Japón en estos singulares Juegos Olímpicos. Una competencia en la que deportistas de todo el mundo han descubierto los sonidos del silencio durante sus actuaciones debido a la ausencia de público y a las estrictas medidas de bioseguridad impuestas por los organizadores.
Sin embargo, otros miles de deportistas han conocido desde hace muchos años esta forma callada de competir a nivel olímpico. En 1924, en París, se crearon las Sordolimpiadas, unas competiciones en las que participan solo deportistas sordos y que desde ese entonces se realizan cada 4 años, coincidiendo con los Juegos Olímpicos. La edición de este año, pospuesta para mayo del 2022 por motivo del virus, se va a realizar por primera vez en América Latina y el país anfitrión será Brasil. Debido a la característica en común de quienes compiten, los árbitros usan banderas de colores en lugar de pitos, luces tipo flash en vez de pistolas de fogueo y el público no grita ni aplaude, sino que alza los brazos y sacude las manos en señal de alegría y aprobación.
El esfuerzo, el sacrificio y la disciplina son las mismas para ambos encuentros, pero sólo ahora los deportistas comparten esa idea de que, parafraseando a George Steiner, el silencio no es un muro, sino una ventana. Aunque algunos han sentido un poco de incomodidad, otros cuentan que han podido competir como si estuvieran entrenando en sus propios gimnasios. Y aún cuando Twitter no calla y presiona, la soledad de los recintos les ha permitido a muchos competir de una manera casi intimista que tal vez nunca más puedan volver a experimentar en un torneo de esta magnitud.
No deja de tener su paradoja que en este mundo de redes sociales que gritan sin cesar y vociferan sin pensar, los representantes de 204 países estén compitiendo en una burbuja de silencio que sólo rompen los entrenadores dando sus instrucciones o los compañeros de equipo que intentan motivar. Tal vez sea una lección de vida para fortalecer la capacidad de sentir no verbalmente y alcanzar ese difícil estado en el que se puede estar con alguien, callado, sin que medie una extraña incomodidad. Lawrence Durrell se lo cuestionó en Justine, el primero de los libros que conforman El cuarteto de Alejandría: “¿Acaso no depende todo de nuestra manera de interpretar el silencio que nos rodea?”