Columnistas

Los libros también se extrañan

17 de septiembre de 2015

Esta semana, mientras en Medellín muchas personas piensan en libros y van y merodean lo que desean comprar con toda el alma en la coqueta Fiesta del Libro y la Cultura, a mí me ha entrado una enorme nostalgia por no tener cerca mi biblioteca personal. En realidad, esa tristeza no ha sido una cuestión solo de estos días, la verdad es que este ha sido un asunto doloroso desde el mismo instante en que empecé a empacar las cajas porque me resultaba exagerado pagar millones por mover de un país a otro mis libros queridos.

Claro que lo pensé, pagaría por ellos como paga uno por llevar a la familia a donde sea, pagaría por ellos porque, como dijo Cesar Pavese: “Con los libros ocurre lo mismo que con las personas, han de tomarse en serio” y por eso uno no puede irlos dejando por ahí como hijos sin padre. Y ese tal vez sea mi acto más irresponsable, tener una familia numerosa, muy numerosa, y no haberme cuidado, no haber empleado un método más eficaz para no desbordar la familia.

Pero es que cómo abstenerse de semejante placer, cómo dejar un libro por ahí sin el amparo de uno. A veces, cuando recorría las librerías, me decía: hoy solo voy a mirar, pero qué va, siempre salía con una bolsa feliz, haciendo cálculos mentales de cuántas vidas necesitaría para leer todo lo comprado y pensando si, llegado el caso, aceptaría un pacto con algún Mefistófeles si me lo encontraba en una cafetería para que me diera las vidas necesarias para leer todo lo que quisiera. Durante años fui un fiel y feliz practicante de lo que decía ese amante de las librerías que fue Claude Roy: “Muerta es la morada en la que no entran cada día un nuevo libro y un nuevo visitante, nuevos amigos”.

Por estos días he pensado mucho en mis pobres libros, encerrados en una bodega. He tratado de repetir sus nombres como una abuela trata de recordar el de sus nietos supernumerarios, he vuelto a los amaneceres felices de café cuando nos leíamos al azar cualquier vida, cualquier historia; les he dicho, para consolarme, que pronto volveremos a ser una familia que lee unida y recuperaremos el tiempo perdido. ¿Cuándo será eso?

Al llegar a mi nueva casa, lejos de Colombia, al ver las paredes limpias de libros, me prometí que aquí, en esta morada temporal, no compraría ninguno, leería por internet y prestaría los que llegaran a interesarme en las bibliotecas y los devolvería pronto para evitar afectos. Sin embargo, el tiempo ha pasado y después de intentar abstenerme, ahora tengo una mínima biblioteca que goza de buena salud y crece y crece, después de todo “una casa sin libros es como un cuerpo sin alma”, el problema es que no sé qué haré cuando llegue otra vez el momento de una despedida, porque al contrario de lo que muchos piensan, los libros también se extrañan.