Los Picapiedra y parásitos
En España tenemos por costumbre cambiar los nombres de los personajes de animación. Así, en la legendaria y cavernícola serie de Hanna Barbera “The Flintstones” (“Los Picapiedra”), Fred Flintstone era el campechano e irascible Pedro Picapiedra y Barney Rubble se intercambiaba por el bonachón Pablo Mármol. Más nuestros. Pedro y Pablo, inseparables, hicieron las delicias de toda una generación. Hoy, varios decenios después, Pedro y Pablo han vuelto a nuestras vidas encarnados en dos personajes de pesadilla que harán, eso sí, las delicias de las tertulias políticas y agitarán con sus dimes y diretes el día a día patrio. El socialista Pedro Sánchez, cuyo único fin ha sido alcanzar el poder en España sin importarle si para sostenerse necesitaba apoyarse en los secesionistas catalanes o en el brazo político de los terroristas de ETA, está a un paso de sellar un acuerdo de Gobierno con los castrochavistas de Podemos, que lidera Pablo Iglesias, y el favor de todos los partidos que quisieran desmembrar España en una suerte de confederación de la que seguir chupando sin tener que poner nada a cambio. Como parásitos, al abrigo y calor de Madrid, pero sin ceder ni un euro a las regiones menos afortunadas. Entre esta cohorte de sanguijuelas se encuentran los supremacistas vascos del PNV, los filoetarras de Bildu y sus compinches, los secesionistas catalanes. Entre toda esta panda de gorrones, que al final es lo que son, no existen fisuras en que la mejor opción es apoyar la entente entre Pedro y Pablo, quienes podrían cederles el infinito en su afán por seguir chupándonos la sangre al resto de españoles. Lo contrario, la celebración de nuevas elecciones, podría sacar adelante un pacto entre los conservadores del PP y los liberales de Ciudadanos, con el apoyo de la extrema derecha de VOX. Una hidra de tres cabezas para los separatistas catalanes y vascos, para quienes cuanto más débil sea el Gobierno de Madrid, mejor para sus intereses.
La cuestión es que Pedro y Pablo no son los Flintstones y que la tradición, y la historia, nos indican que no hay mayor enemigo de un comunista que un socialista y viceversa. Así ocurrió en la Segunda República española, herida de muerte por las guerras intestinas entre bandos. Los rojos que amañaron unas elecciones al más puro estilo soviético y se dedicaron a quemar iglesias y a fusilar curas. Tanto se les fue la cosa de las manos que prominentes socialistas de la época casi suplicaron el alzamiento del general Franco. Así que, en el caso de que Pedro y Pablo logren ponerse de acuerdo en algo, habrá que ver lo que les dura la entente. Recordemos que Aznar, cuyo PP unificó todo el espectro del centro a la derecha más extrema, llegó al poder con el apoyo del comunista Julio Anguita, que no podía ni ver al socialista Felipe González.
En definitiva, España se asoma al primer Gobierno de la democracia que reedita el Frente Popular de la Segunda República y que acabó, ya lo han visto, como el rosario de la aurora.
Quienes me conozcan, después de diez años escribiendo en estas páginas, sabrán que soy abiertamente liberal de cintura para abajo y conservador de cintura para arriba. Vizcaíno, mal católico y madridista. Testarudo, pero jamás fanático. Por eso les deseo toda la suerte del mundo a Pedro y Pablo, aunque uno se agarre el avión presidencial para irse de concierto con su mujer y el otro critique a los que viven en mansiones y haya acabado viviendo en una.
Por el bien de mi querida España, que les vaya bonito. Aunque no sé por qué me da que estos Pedro y Pablo no acabarán jugando a los bolos sino a pedradas.