Los que nos provocan felicidad
“Seamos agradecidos con las personas que nos hacen felices, ellos son los encantadores jardineros que hacen florecer nuestra alma”. Marcel Proust.
En la vida e historia de cada uno hacen presencia las vidas y las historias de otros, unas veces para atormentarnos por instantes y otras como tumores que pareciera que no pueden extirparse porque los daños de dicha separación son más peligrosos que su permanencia.
Sin embargo en otros casos, los más felices, llegan a nosotros, autoconvencidos de que son la recompensa que se tardaba y en otras sin aparente razón o incluso sin merecerlo, personas maravillosas que pudiendo o no ser excepcionales, sí es lo que ellos representan y hacen de nosotros.
Son esos ángeles caídos de ninguna parte porque moran la misma tierra, pero hacen que la felicidad que habita en nosotros vea la luz y se asome así sea por momentos. Esas personas que hacen que sea inevitable la aparición de la sonrisa sutil, en ocasiones imperceptible para los demás y en otras tan evidente que nos apena que así sea, y también las causantes de la erupción de la risa desbordada que de no salir del interior, terminaría haciéndonos daño.
Esas personas que, así sea por instantes que uno quisiera no terminaran, hacen que la vida, que por muchas razones vemos solo en el espectro entre el blanco y el negro, se llene de colores y hasta surjan dimensiones adicionales. Que despiertan los sentidos y te hacen percibir lo que antes dabas por invisible o inexistente. Esas personas que sacan hasta involuntariamente y sin dificultad lo mejor de uno, eso que olvidamos que teníamos o fuimos, y que luego de emerger nos deja la pregunta: ¿cómo soy tan estúpido por haber dejado esa parte de mí enterrada por tantas cosas que por deslumbrantes que sean nunca producen tanta felicidad?
Personas que podrán ser las que han estado hace mucho tiempo a tu lado y por la cercanía y la costumbre asumimos que ya no son un regalo sino un derecho, o por el contrario, las que nunca lo estarán porque no las mereces y solo te acompañan por instantes que se sienten y desean eternos, incluso aceptando la inexistente condición de eternidad temporal. Pero independiente del tiempo, la felicidad que producen no parece tener cercas y sin importar que no sea la primera vez que estás con ellas, sientes que su cercanía se parece a lo que Borges decía de la lectura de los libros clásicos: que no termina nunca de suceder, siempre tiene nuevas interpretaciones y siempre será provocativa.
A esas personas que producen en ustedes felicidad, que no podemos morirnos sin saber quiénes son o no hay justificación alguna para olvidarlo, mírenlas a los ojos apenas puedan, ya sea por intermedio de mensajes si es que están lejanas, y díganles que no saben cómo agradecerles que provoquen en ustedes sonrisas y felicidad sutil, no la explosiva que es efímera, que son mejores por su causa, y como escribió la poeta rusa Ana Ajmátova: “no tendré ya fuerzas para tirar aquella puerta que entreabriste”.