Los sismos y el Olaya Herrera
“¿Dónde estáis vosotros, padres, hermanos, hijos, esposos? ¿En qué sitio os ha sorprendido este cataclismo? ¿Bajo qué piedra dormís ahora el último sueño, o permanecéis gritando, casi muertos, entre el polvo y tal vez ya casi en medio de las llamas?”
“¡Todo estaba dispuesto para la vida, y todo yace ahora bajo la garra de la muerte!” Porfirio Barba Jacob, El Terremoto de San Salvador. Narración de un Superviviente. Villegas editores. 2001.
Hace casi 40 años ocurrió el sismo de Popayán y hace 10 el de Haití, que dejó, en segundos, 320 mil muertos y 13.000 millones de dólares en pérdidas.
Recordemos una historia ya muchas veces contada y más veces olvidada: hace 250 millones de años, los continentes que hoy conocemos eran uno solo llamado Pangea. Ese continente firme flotaba sobre corrientes de rocas derretidas, que lo partieron en pedazos, que empezaron a moverse y continúan moviéndose, estrujándose con fuerzas enormes que han originado las montañas, como ocurrió en Colombia hace unos 65 millones de años cuando empezaron a formarse nuestras tres cordilleras.
Estas fuerzas descomunales, al romper la roca, producen sismos, liberando una gran cantidad de energía, que mece el suelo en todas las direcciones, con movimientos que son transmitidos a las fundaciones de las construcciones, de una forma completamente irregular, haciéndolas literalmente “danzar”, y sobrevivirán si están bien diseñadas y construidas, o colapsarán si no, pues, como bien lo indica una máxima de ingeniería: “Los sismos no matan a las personas, las malas construcciones sí”.
No debemos olvidar que la energía liberada durante un sismo tiene relación con la magnitud Richter, y su poder destructor aumenta exponencialmente. Así, un sismo de magnitud 6 libera unas 2100 veces más energía que uno de magnitud 4 y, de esa forma, se acrecienta igualmente su poder destructor.
El aumento de la población y el crecimiento descontrolado de las ciudades las hace sumamente vulnerables y la ocurrencia de tragedias, por una historia de imprevisiones, de desidias y de codicia, deben esperarse en esas áreas densamente pobladas como Medellín, situada en una zona con una amenaza sísmica importante y una vulnerabilidad alta, debiendo ser extremadamente precavidos cuando se mira hacia el futuro, no olvidando esta certeza.
En este mirar hacia el futuro, hay un hecho especialmente crítico, determinante en cualquier toma de decisión, especialmente en ciudades “encerradas” como Medellín, y es el hecho de que en un movimiento fuerte del suelo, se producen grandes deslizamientos de tierra que obstruyen, a veces por meses, las vías de acceso terrestres a las ciudades, especialmente en montañas tan jóvenes como las nuestras, impidiendo que lleguen por esa vía, los primeros auxilios, siendo la aérea la única que permite su entrega a la ciudad devastada y, principalmente por este motivo, sería una gran torpeza el traslado del aeropuerto Olaya Herrera. Este hecho decisivo ya había sido ampliamente discutido hace unos 20 años, y en algunos, había quedado el convencimiento que ya era algo superado, pues la ciudad había entendido el riesgo enorme al que se exponía con una decisión como esa.
Señor alcalde, por favor escuche, pues es probable que usted no conociera lo señalado en este escrito, y pare completamente ese perjudicial proyecto