Columnistas

Maestro Maluma

Loading...
16 de diciembre de 2016

No sabía nada de Maluma. No había escuchado ninguna de sus canciones, hasta verlo como jurado de La Voz Kids. A pesar de su juventud, me llevé buena impresión de sus modales, lenguaje y la forma cariñosa/respetuosa como acompañaba el sueño de esos pequeños. Seguramente ese programa/concurso fue uno de los factores definitivos para catapultar su carrera musical. Su fama y su fanaticada crecieron como espuma, dentro y fuera del país. Sin escuchar sus canciones, me enteré, por ejemplo, de sus éxitos en Argentina, donde llenaba teatros, lo mismo que en Estados Unidos y España. Fui entendiendo que gran parte de sus fans estaba dentro ese promedio de edad que cautivó en La Voz Kids”.

Pero sentí enorme desconcierto con la reciente polémica, iniciada en las redes sociales por la columnista española Yolanda Domínguez, del Huffington Post, y que sigue creciendo como bola de nieve en Change.org, exigiendo el retiro de su reciente videoclip “Cuatro babys”, cuyo texto, por denigrante y vergonzoso, no me atrevo a transcribir en esta columna, y normaliza la misoginia, el machismo y la violencia contra la mujer. Algo totalmente contradictorio con su participación en el concurso colombiano. Obnubilado por la fama, seguramente este maestro no sabe lo que canta. Leyendo sus versos vi la profunda distancia entre lo que cantan Lara, Manzanero, José Alfredo Jiménez, Serrat, Perales y Escalona, entre tantos otros. Allí no hay poesía, y al horrendo texto se suman imágenes de un video que, como lo denuncia Giovanni Sartori en su “Homo Videns”, es el recurso que llega directo a las mentalidades.

Esa ola de indignaciones me conectó con una preocupación que siempre he rumiado con respecto a lo que estrictamente es el asunto de formar. Lo que seguramente no ha pasado por la cabeza de Maluma, y de muchos de sus colegas del nuevo género musical latino, es su rol en la sociedad. Como pocas personas en las comunidades, quienes cantan, están en la farándula, en la moda y en los medios de comunicación, educan. Y educan de forma totalmente directa. Más que sus palabras, sus modos llegan sin filtro a las mentes de sus fanaticadas, y van moldeando hábitos, comportamientos y conciencias. Usualmente creemos que maestros son los que hacen su papel desde las aulas. Habiendo estado en la docencia durante 36 años, tengo una noticia desalentadora para mis lectores: de lo que se da en las aulas queda muy poco en las mentes y vidas de los estudiantes. Queda lo que es trasmitido por los modos del maestro, por lo que él es. Eso, más que las fórmulas y textos que tuvimos que memorizar, es lo que recordamos o, mejor, lo que llevamos pegado a la piel. Recurro de nuevo a una frase que le escuché a Ana Mercedes Gómez Martínez en su discurso dentro de una de las entregas de “El Colombiano Ejemplar”. Refiriéndose al maestro Nicolás Gaviria, dijo: “Él mismo era el mejor de sus libros”.

Todos, desde cualquier rol que desempeñemos en la sociedad, no solo como padres y docentes de oficio, querámoslo o no, nos demos cuenta o no, somos formadores. Algunos, con audiencias amplias, como es el caso de los medios de comunicación, la farándula y los artistas en todos los campos; y otros, con audiencias reducidas, como ocurre en el entorno familiar. Pero todos, para bien o para mal, somos maestros, enseñamos lo que es debido o barbaridades. Y lo enseñamos, básicamente, no con lo que decimos, sino con los modos que nos delatan en el cotidiano de la vida. Formamos un estilo de ciudadano, formamos en un espectro de valores.