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MARIANA, LA ANTAGONISTA DE ANA

17 de abril de 2016

Se llama Mariana (nombre real por petición de la fuente), pero si se llamara Dulce, Ternura o Inteligencia, igual honraría su personalidad. Tiene 17 años y, hasta hace muy poco, todo lo tenía resuelto, hasta que la voz de Ana gritó muy fuerte dentro de ella y Mariana decidió seguirla. Ese día empezó un camino hacia la muerte.

Ana es el “seudónimo” de la anorexia, un trastorno de la conducta alimentaria que, aunque se relaciona siempre con mujeres, también afecta a hombres y niños. Básicamente consiste en la pérdida de peso provocada por el propio enfermo que puede llevarlo a la inanición. Afecta el cuerpo, pero es una enfermedad mental que, de no tratarse a tiempo, puede ser mortal.

Los factores desencadenantes son socioculturales, por predisposición física o del entorno. La presión social y los estereotipos de la publicidad y el mercadeo tampoco son ajenos, porque ser gordo está prohibido. Y sentirse gordo siendo flaco, por la imagen distorsionada que devuelve el espejo, es una maldición en esta sociedad obsesiva con lo “fit”, que se arrodilla ante la estética, a veces mortal, de los quirófanos piratas que prometen la perfección del cuerpo. Verbigracia, cinco mujeres muertas en estas circunstancias en Medellín durante este año... y contando.

El trastorno de Mariana empezó poco antes de graduarse del bachillerato, por la incertidumbre que le generaba su futuro cuando ya no fuera más la mejor estudiante del salón ni “la más feliz del colegio”. Necesitaba tener el control sobre algo en su vida y eligió “cuidar” su cuerpo. Pero ese “cuidar” degeneró en contar calorías, planear la comida “saludable” de hoy, la de mañana y la de la semana siguiente. Una obsesión que no permite pensar en nada más.

Las voces internas no son un invento de los anoréxicos. Son reales y los atormentan todo el tiempo, una especie de diablo que los empuja a molerse en un gimnasio, pesarse, sentirse fracasados y odiarse por comerse un pedazo extra de hoja de lechuga. “Ana es el nombre que le damos a esa voz, como si fuera algo ajeno a nosotros mismos, para relegar la culpa en otra persona u otro ser”.

Los hábitos cambian. La mente y el cuerpo van por caminos separados: El cuerpo se desespera por comida pero la mente grita ¡ni riesgos! Se aíslan, se privan de ir a restaurantes o a reuniones familiares para evitar el riesgo de comer.

El drama se evidenció también en las relaciones familiares, hasta entonces armónicas. La angustia, el miedo y la impotencia de sus padres hicieron lo suyo. La esperanza se iba al suelo, como el pelo de Mariana, y el porvenir lo veían morado, como sus uñas.

Mariana sufrió desmayos, hipotermia, deshidratación, amenorrea y, por supuesto, pérdida alarmante de peso. Pero el final, que podía ser fatal, cambió a tiempo cuando, débil y cansada de pelear, aceptó que tenía una enfermedad que no se curaba con acetaminofén y buscó ayuda.

Hoy, en franca recuperación, quiere ser la antagonista de la malvada Ana y enviar un mensaje de vida a quienes pudieran necesitarlo. La experiencia de su renacer es una narración sensible y detallada no apta para espacios limitados, pero con gusto brindaré la información completa en mi buzón de correo. De repente alguien necesite ayuda y saber que el final puede ser feliz, muy feliz.