Columnistas

MÁS CIENCIA

10 de julio de 2017

“A menos que se incorporen a las operaciones del gobierno mayores dosis y niveles de ciencia, la civilización corre el tremendo peligro del capricho, la ignorancia y la pasión” Relatoría de la Conferencia Nacional sobre Ciencia Política, EE.UU. (1923).

Voy a lanzar una hipótesis: somos un país tan descuadernado en parte por la falta de aplicación seria de la ciencia. Suena a obviedad, pero no me refiero solamente en lo que pensamos cuando hacemos énfasis en la relevancia de la ciencia en la actividad económica y productiva. Me refiero a la ciencia en todos los ámbitos y especialmente la requerida para la elaboración de políticas públicas sociales serias, la que necesitamos para alimentar la discusión pública. Porque generalmente nuestros debates públicos son mediocres, poco serios, cruzados más por el prejuicio y la intuición que por hechos comprobados. Camino expedito para el populismo

En todos los países siempre ha sido un reto incorporar la investigación científica a las decisiones públicas, hacer conversar esos dos mundos. Se facilita por supuesto mucho más en naciones que hacen inversiones cuantiosas y deliberadas en la investigación científica y que a su vez son la base de su desarrollo. Pero nuestro pobre país con esos niveles de inversión en todos los ámbitos de la ciencia, pues quedamos más bien en desventaja. Ese conocimiento por lo general no es desarrollado por estos lares y cuando se puede traer de otro lado, pues se ignora muchas veces en la construcción pública porque no hace parte de nuestro ADN. En resumen, país poco serio, con políticos que parecen más bien culebreros y enredadores de masas, sin sustento, que verdaderos estadistas y pensadores.

Los riesgos son inmensos. Ignorar olímpicamente la ciencia es darle espacio a que nos dejemos llevar por el prejuicio, la parcialidad de las creencias y la intuición. Sin embargo, no todo ha sido oscuridad. Hemos tenido algunos ejercicios que sirven como ejemplo para ilustrar su importancia. Acordémonos del debate por la adopción del matrimonio igualitario. Recuerdo al ministro de Salud, Alejandro Gaviria, sólido académico, ilustrado funcionario, argumentando con investigaciones científicas de la mayor calidad la falsedad de los supuestos impactos negativos en los adoptados por parejas del mismo sexo. Por el contrario, Viviane Morales venía con sus argumentos morales, abstractos, teológicos y hasta normativos, afirmando, por ejemplo, como principal arma que restablecer el derecho de los niños era estrictamente (¿normativamente?) “a un padre y una madre”.

Por supuesto que cada quién puede tener sus creencias. Pero en un Estado laico como el nuestro creo que necesitamos ciencia, mucha más ciencia, para dar los debates adecuadamente en nuestra democracia. Y para eso también se necesita unos niveles de educación de la población muy superiores a los que tenemos. Porque otra ventaja de la educación es que las personas tengan acceso a la racionalidad científica y la entiendan y se posibilite el uso de esta información en sus decisiones futuras, no solo en las actividades económicas, sino en la forma en que se abordan los diversos problemas sociales. Más ciencia elevaría la calidad de los debates y por supuesto, la calidad de las decisiones que se toman.