Columnistas

Matriotismo

25 de julio de 2021

Querido Gabriel,

Estaba de vacaciones en un país lejano. Fui a un mercado a comprar chocolates. Había marcas y orígenes diversos. Atrajo mi mirada un empaque blanco y rojo, suizo, con una pequeña bandera de Colombia, lo cual me generó nostalgia. Trabajo decente y protección de los bosques, leí con orgullo. ¿Pero ir tan lejos a comprar chocolate colombiano? Tomé otro de un país africano, una bella bandera también. Al final compré ambos, uno por el vínculo y el otro por exploración gastronómica. Cuando los probé, en todo caso, no pude reconocer la diferencia...

¿Hablamos de símbolos patrios y de patriotismo? ¿Conversamos sobre cómo fueron útiles para unir naciones y cómo ahora, si no elevamos nuestra consciencia, pueden ser un lastre para construir sociedades incluyentes y para crear la ciudadanía global que necesitamos si queremos evitar la destrucción natural del planeta?

Esta semana celebramos el 20 de julio, una de las dos fechas de independencia colombianas. En tiempos de fatiga pandémica, descontento social y polarización política, estas jornadas nos delatan. Mira las redes sociales. Unos ponen la bandera y declaran su amor incondicional a la Patria, esa especie de religión laica, con sus cánones e inamovibles. Otros queman, pintan o voltean la bandera, otro símbolo, esta vez de descontento y frustración. ¿Tal vez, sin reconocerlo, quieren cosas similares? Un país en el que cualquiera pueda florecer y una nacionalidad para llevar con dignidad por el mundo.

¿Conoces el himno a la bandera? “Salud adorada bandera, que un día, batiendo tus pliegues allá en Boyacá, sellaste por siempre la lucha bravía de un pueblo que ansiaba, tener libertad”. Es la estrofa más bonita, la memoricé desde el colegio, habla de un pueblo unido alrededor de algo, y de la imprescindible libertad. Pero mira esta: “¡Oh! Santa bandera nosotros te amamos, porque eres la patria, la gloria, el honor, por ti moriremos felices cantando, que viva el sublime pendón tricolor”. ¿Será que en pleno siglo XXI se trata de matar o morir, para colmo felices, por la abstracta patria, o más bien de trabajar colectivamente, con paciencia, desde el barrio, la empresa o la familia, para construir un país y un mundo mejores?

El patriotismo es un arma de doble filo. Bien interpretado alienta la democracia y el servicio. Llevado al extremo, primero excluye a los que no son parte de la “historia única” de los líderes colombianos de hace doscientos años, hombres católicos, andinos, hablantes de castellano. Luego, hacia afuera, construye murallas cuando necesitamos puentes. De nuestro viejo patriotismo nacen el parroquialismo, la rivalidad con Venezuela, el recelo hacia Estados Unidos y la desconexión con los vecinos andinos, centroamericanos, amazónicos y caribeños.

Recordé el libro El Plan Matriota del médico francés residente en Colombia, Xavier Etienne. Su diagnóstico del país es bello y simple. Demasiada energía masculina: exceso de agresividad, vida exterior, mental, poder, autoridad y materialismo. Carencia de energía femenina, vida interior, espiritualidad, amor por la naturaleza y reconocimiento receptivo del otro. Etienne invita a despertar la energía femenina de Colombia como estrategia de sanación, algo que poco se vio, desde luego, este 20 de julio.

Ya lo hablaremos en nuestra tertulia, que ojalá esté bien animada. Te sugiero que la provoquemos leyendo el poema Alta traición del mexicano José Emilio Pacheco: “No amo mi patria. / Su fulgor abstracto / es inasible. / Pero (aunque suene mal) / daría la vida / por diez lugares suyos, / cierta gente, / puertos, bosques de pinos, / fortalezas, / una ciudad deshecha, / gris, monstruosa, / varias figuras de su historia, / montañas / -y tres o cuatro ríos”

Usted puede ver el libro del que habla esta columna en www.lematriotisme.com/es/

* Director de Comfama