MAURO
Mauricio Llanos, Maurice Yins para hablarle en inglés uniandino aunque él era de la Nacho de Bogotá. También el “Emeritoso doctor Llanos” si se trataba de sacarle una sonrisa de entrada y ojalá acompañada de un apretón de manos gigante. Tenía dedos de Pedro Picapiedra que lo hacían torpe en aparatos electrónicos.
Alojado en un cuerpo gigante vivía como infante. Sonriente y lleno de buen humor. A veces crudo. Otras banal. Con ese toque de las personas ilustradas en ciencias. Humor capaz de hacer reír con chistes que se disfrutan porque se tienen en la memoria muchas clases de economía o la estigmatización de personajes históricos ilustres.
Enseñaba a tener a la mano diccionario de sinónimos y antónimos. O lo que nunca esperé y me inspiró, cuentos cortos de escritores célebres para redactar cartas políticas o regulatorias que como era normal encontraban trabas en el fragor del tecnicismo.
Capaz de mediar en toda conversación. Sabía que el propósito de la discusión no era la victoria sino el progreso. Que no se defienden ideas, sino la inteligencia y el interés colectivo. Odiaba puntuar con punto y coma. Buenísimo conversando de fútbol reciente e histórico por su ascendencia paterna. Más aún hablando de series televisivas y películas. Gusto que compartía con Andrés su hijo y de quien aprendimos más de lo esperado después de todo lo que sin darse cuenta nos puso a estudiar. Genial padre de Isabella viéndola en ojos distantes progresar desde la indiferencia en la temporada escolar hasta sacarle un “yo no sé qué le pasó a esa china cuando empezó en la U pero es otra”. Ella sin saberlo nos puso a idear incentivos económicos, regulatorios y emocionales para llevarla por el mejor camino. Le pedí que me enseñara a ser buen padre de Rafael.
Tiene la mejor historia de todas enamorando a Sandra su esposa en una ferretería. Y una admiración por ella indiscutible. Un hijo esmerado por los cuidados de su madre, Ana Paulina, y un amante de su mascota que mudó más veces de ciudad que toda su familia.
El último encuentro fue un paseo en carro por tierra a un lugar que enamora por sus paisajes. Buscábamos más que inspiración, cultivar la amistad. Lo invité a desayuno con huevos revueltos y carne asada con arepa al que abrió los ojos con sorpresa pero al que no pudo negarse. Un café de por medio y chisme que va y viene en una curva de un restaurante de carretera famoso. Vino una caminada por pastos altos divisando montañas y horizontes de largo alcance para después encontrar fresco del radiante sol almorzando con ventiladores y moscos rondando mientras nos tomábamos una fría en medio de carcajadas.
Rajamos de lo divino y lo humano, de los compañeros de la oficina, resolvimos las ciudades importantes, el país entero. Encontramos justificación para que en CREG, SIC, Superservicios y agremiaciones de la industria se usen calzoncillos color vinotinto con motivos marrón y corte clásico a diferencia del moderno y estético bóxer blanco. Nos reímos de los halones de oreja del jefe, lo finito que hay que hilar, o de los regaños que por el chat mutuamente nos dábamos por habernos desencuadernado con otros compañeros en la oficina por asumir estos trabajos con ese amor que logra esa algidez en la discusión. También discutimos abiertamente la envidia que sentíamos por el talento humano que cada uno tenía en su equipo y quería robarse del otro.
Esta maravillosa jornada terminó en el balcón del apartamento con un atardecer rojo y naranja épico. Con mirada al infinito y un silencio tranquilo. Con cara insolada porque a todos los rolos como él les dan duro estos paseos, y con los crocs de tela y costuras salidas como los que le gustaba vestir siempre y que alguna vez cargué desde Panamá porque un favor de estos no se le niega a un amigo. Sin medias como era el rigor: pantaloneta de paseo, jeans o pantalón de oficina. Una moda que justifican quienes antes que la ropa, se dirigen a los ojos con mirada atenta, honesta y profunda. Para ese momento, crocs llenos de cadillos que se despidieron sonrientes esperando llegara una visita con Sandra e hijos cuando toda esta maldita pandemia pasara.
La invitación al desayuno y al almuerzo quedan en las deudas por pagar. Por ahora, el aprendizaje. Esa no crueldad, pero sí indiferencia de la vida. La oportunidad de desvanecer a Mauro en el olvido tranquilo como bien todo merece. Agradecer el tiempo compartido y la inspiración que me deja