Columnistas

ME “ENCANTA” TRUMP

05 de febrero de 2017

Si algo está claro en el actual contexto planetario es que, al unísono, los países libres rechazan la utilización de medios que lesionen, coarten o pongan en peligro la dignidad del ser humano, para lograr informaciones o confesiones por parte de ciudadanos o potenciales indiciados, sea que ello se haga con o sin proceso penal. Por eso, la Declaración Universal de los Derechos Humanos dice que nadie será sometido a torturas ni a penas o tratos crueles, inhumanos o degradante (artículo 5º), texto repetido por diversas convenciones internacionales sobre la materia como la de 1984 y constituciones políticas como la colombiana.

Esta abominable conducta es definida por la Declaración sobre la protección de todas las personas contra la tortura, de 1975, como todo acto por medio del cual un funcionario público u otro ser humano, mediante instigación suya, inflige intencionalmente a una persona penas o sufrimientos graves, ya sean físicos o mentales, con el fin de obtener información o una confesión, de castigarla por un acto que haya cometido o se sospeche que ha cometido, o de intimidar a esa persona o a otras (artículo 1°).

No obstante, el altivo y cada vez más agresivo presidente de los Estados Unidos (quien cree que los países se manejan como las empresas privadas) clama porque se aplique ese repudiado instrumento y se utilicen cárceles secretas en contra de potenciales agresores de la integridad de aquella nación; por eso, al repetir manifestaciones hechas durante su pasada campaña electoral, dijo estos días que el ahogamiento simulado funciona como medio para extraer información en los interrogatorios. La consigna que lo anima, según indican algunos medios de opinión, parece ser que dicha potencia “combata el fuego con fuego”.

Esto, que también predicó y practicó uno de sus antecesores en el cargo después del cruel y terrible 11 de septiembre, ha suscitado el rechazo unánime de naciones demócratas, organizaciones de derechos humanos, inmigrantes y ciudadanos de a pie –en especial los estadounidenses que, como es de suponer, no se pueden confundir con sus actuales gobernantes–, porque entienden que este tipo de prácticas es execrable e implica un retroceso histórico de graves e impredecibles proporciones. Además, están convencidos de que con ello se dan pasos propios de las dictaduras y se alimenta su proliferación con el riesgo de que se geste un indeseado conflicto global.

A ello también contribuyen medidas harto regresivas como la edificación del odioso muro para separar a la nación norteña de México –cuando, como dijo el Sumo Pontífice de la Iglesia, se deberían construir más bien puentes de unión– y, por esta vía, evitar el tráfico de migrantes; las restricciones en materia de visados y el rechazo de visitantes aun con sus autorizaciones en regla; el trato discriminatorio para los contradictores, etc.

Nadie niega, obvio es decirlo, la presencia de graves amenazas terroristas –piénsese en los grupos fanáticos islámicos– que anegan el planeta de sangre, pero también es cierto que estas manifestaciones criminales no se combaten con políticas de tierra arrasada sino por medio de instrumentos diferentes, entre los cuales deben mencionarse la superación de la desigualdad y la injusticia, el cese de la agresión a los pueblos más débiles y la expoliación, el respeto a la libre autodeterminación, el diálogo y las herramientas que brinda el derecho como instrumento de paz.

Y así debería ser en el país que soñaron los constructores de la gran unión americana, una patria llamada a dar lecciones de civilidad, democracia, grandeza y progreso al planeta entero y que, ahora, conducida por la irracionalidad, no se puede convertir en adalid de la discriminación, los vejámenes, el odio y la injusticia. En fin, ante tan desolador panorama, tal vez solo reste agregar lo que –de manera mordaz– dijera una persona cercana: ¡me encanta Trump: es el único presidente norteamericano que en escasas dos semanas de gobierno ha unido a todo el mundo...para rechazarlo con vehemencia!.