Mea culpa con los mayos
Veo un pájaro mayo y se me cae la cara de vergüenza. De niño atrapé uno en mi jaula. Mi corazón de piedra ignoraba que estaba ante un furioso defensor de la libertad. Dándose contra los barrotes me notificó que prefería el suicidio al traje a rayas del presidiario. Rápido lo devolví a su cambuche entre el viento.
Felizmente, ahora puedo compartir con los mayos y con sus colegas alados mi tiempo libre, mi ocaso y mi pensión traducida en plátanos.
Recordé mi detestable comportamiento con los mayos a raíz del cónclave de ornitólogos que delibera en Medellín, convocado por la SAO. Ornitólogo es todo bípedo que en sus pupilas lleva la última pareja de pájaros que vió volar “como escribiendo un adiós”, dicho con un verso de Lugones.
El mayo de esta historia me miraba fijamente a los ojos cuando lo capturé. Me señalaba con su dedo acusador. Años después, cuando me encuentro con alguno de sus sucesores en el paisaje, trato de halagarlo, de elogiar su vocación libertaria, de invitarlo a montar en esa nostalgia llamada tranvía de Ayacucho. Pocas bolas me para.
Para no parecerme a “Timochenko”, jefe de las Farc, pido perdón a los mayos por el exabrupto cometido contra uno de sus tataranietos o choznos.
Ofrecerles perdón como lo hizo Timochenko en Cartagena, es como decirles a las víctimas: les perdonamos que nos hayan permitido ultrajarlos. Con razón un avión le respiró en la nuca. Sugiero convocar otra reunión en el mismo lugar y con la misma gente, para utilizar el verbo correcto.
Actuar distinto sería ponerles conejo a las víctimas. A más de uno le gustaría ponerle conejo al plebiscito por la paz. Nada de eso. A respetar los 55.651 votos de ventaja que tomaron los del no. Mejor jugar ese número al chance.
El mayo es una especie de eslabón encontrado entre el cucarachero o la mirla, sus parientes cercanos, y el sinsonte. Ojalá ninguno se sienta minimizado con el paralelo.
Los mayos que nos visitan en nuestra pajarera parecen una reencarnación, una copia al carbón del que atrapé aquella nefasta mañana de infancia. Son esbeltos, arrogantes, elegantes, independientes. Como los valientes, los mayos andan solos. En cada vuelo que emprenden dan cátedra de libertad.
Antes de que me rectifiquen Walter Weber y sus colegas de la SAO, aclaro que al menos los que desayunan por cuenta mía, andan solitarios. Se buscan en el mes de mayo para amarse sin preservativos, se multiplican, y regresan a su soledad de tres soles.
No creo que les guste su nombre en latín: Tordus ignobilis (tordo, zorzal, cucarachero; vil, innoble). Para ganarme su amistad, le exigiré al señor Alzheimer que borre de mi disco lo que me queda de latín.
En reciprocidad por haberme enseñado a amar la libertad les perdono que no “cambien nunca de canción”. (www.oscardominguezgiraldo.com).