Columnistas

Mis amores con la Piloto

13 de septiembre de 2018

Desde niño tengo relaciones íntimas con una biblioteca, la Piloto. Soy un deudor moroso – y amoroso - de sus servicios. En 1954, cuando empezó a culturizar gente llevando libros a los barrios en los famosos bibliobuses, yo era uno de los usuarios.

Los extraños carros de la Piloto que parecían venidos de otros mundos, llegaban a la cuadra y, en plena calle, dejaban en manos infantiles o adultas el maná de la lectura.

La gente era buena como el pan. O la leche, que dejaban en botellas en la puerta de las casas. Allí permanecían hasta que los legítimos dueños las retiraban. Dicho con el poeta-tallerista Jaime Jaramillo Escobar, la Piloto era la biblioteca personal de cada uno de nosotros.

Y como el mundo estaba tierno, muchos de los libros nos entraban por los oídos. Los escuchábamos en radionovelas, como Lejos del Nido, de Juan José Botero.

Por esas calendas (años cincuenta), cuando tenía la sede en La Playa, la montaña de libros iba a nosotros. Desde 1974 nosotros vamos a la montaña en su actual enclave.

Por estos días los personajes de los libros que habitan la Piloto viven más aburridos que una cacatúa, sin nadie que los lea.

Don Quijote y Sancho se desesperan en su forzoso sabático. Están que tiran la toalla a la espera de que concluyan las necesaria tareas de latonería y pintura a que ha sido sometida la vieja estructura. La Torre de la Memoria le ha dado una mano a su hermana mayor, la Piloto.

En los alrededores me parece ver deambulando a Montaigne, Wilde, Molière, Victor Hugo, Aristófanes, Dumas, Verne, Salgari, Carrasquilla, Mejía Vallejo, García Márquez y otros creadores que han hecho mejores nuestros propios mundos.

Estos inmortales se confunden con otros desparchados: anónimos lectores de la prensa diaria, revistas, talleristas, jugadores de ajedrez que se han tomado locales vecinos para no faltar a las citas con la diosa Caissa los martes y jueves, fans de películas del Hitchcock, Fellini, o del oeste que veíamos en los cinemas paradisos de nuestra infancia, la única época en la que todos somos inmortales.

El filósofo y letrado envigadeño Jairo Morales Henao recuerda que al comienzo de los trabajos “veía uno a esos usuarios caseros, tradicionales, rondando frente a la entrada sumidos en la ’güerfandá’, según decía el viejo Carrasquilla”. Morales dicta su taller en la Torre.

(Los anteriores son apartes de la nota que escribí para el libro “Un puente entre tiempos” que Tragaluz Editores convirtió en bello objeto. La obra recoge crónicas y fotos sobre las venturas y aventuras de la Piloto que será reabierta en octubre, si Dios no se declara en la oposición. “Un puente...” será lanzado hoy en la Fiesta del Libro a la torera hora de “las cinco en punto de la tarde”, Salón Humboldt, Jardín Botánico).