Mohamed, allí
Dos décadas del siglo pasado, sesenta y setenta, fueron pasadas a guantes por este musulmán converso. Fueron las mismas de la píldora, los Beatles, mayo del 68, los hippies, Vietnam, “haga el amor y no la guerra”.
Tener veinte años en ese entonces era no saber para dónde mirar, todo estaba estrenándose, todo fulguraba. El mundo por primera vez era único, sin que hubiera guerra mundial. Nacían conceptos: juventud, mujer, placer. Cada melenudo era inmortal.
¿Este pelo quieto que brinca en la ‘pelea del siglo’ -todas lo eran-, qué cosa destruye con sus puños? ¿Por cuál rara solidaridad nos reconocemos en su insolencia? Acaso guarda algo en común con las guitarras, las blusas indias de las muchachas, las flores en sus cabezas?
Mucho en común, sí. El coloso de dientes atrevidos es un destructor, echa por tierra los pilares de una civilización de otro color. Le hace la guerra a la guerra con guerra simbólica.
Sustituye a los dioses que sostenían esclavitudes heredadas. Los cambia por otros que medio siglo más tarde humillarán las torres. Entona su nuevo apellido en cuadriláteros donde el mundo entero babea por televisores sin color.
Hay que arrasar un desorden para levantar un orgullo, una manera libertina de darles bienvenida a las baterías rockeras, las plantas endiabladas, los místicos himalayos, el realismo imposible.
Mohamed Alí estuvo allí. Cumplió con su cuota de desplante. Confirió desenfado a un planeta no hace mucho vaciado en un par de conflagraciones enciclopédicas.
Su anatomía no aguantó tanto voltaje. El mal de párkinson les recordó a sus seguidores que el hombre era hombre. Quedó de él un remedo de él. Aparecía a veces sostenido en andas, silueta extenuada de una gloria. El viernes pasado lo invitó la muerte.
Quedan sus frases rocosas, sus fotos de corte inglés, sus otras fotos con adversarios desfallecientes. Se asemejó a su país pero combatió contra su país. Contra el resto del mundo. Incluso venció a Supermán, como nadie lo duda.
Con él terminó de irse el siglo XX, que como todos los siglos fue más sucesión de símbolos que de realidades tozudas. Y los símbolos siguen bogando por las venas de los descendientes.
Por eso Mohamed sigue allí, sobre el pedestal imbatible de los pesos completos. Protagoniza periódicas peleas del siglo en las arenas abrumadas de la memoria.