MORIR EN EL ASFALTO
Se llamaba Pancho y era flaco como un silbido, pero lo que le faltaba en peso le sobraba en elegancia. El pelaje blanco y negro y los ojos amarillos lo hacían parecer una carta de colores sobrios. Era desobediente, curioso y juguetón, a la manera de los gatos, y no perdía la oportunidad de pasearse por la cuadra al menor descuido de sus amos adoptados.
El miércoles pasado al mediodía, cuando el sol todavía era dueño y señor del firmamento, sin sospechar del aguacero que vendría a opacarlo un rato después, Pancho caminaba entre una romería de niños que iban o venían de la escuela tomados de la mano de un adulto. De la nada, o mejor, de la vuelta de la esquina y a mil por hora, a la manera de los irresponsables, apareció una moto, “se tropezó” con él y siguió su carrera como si nada.
Entre brincos y maullidos desgarradores, Pancho murió en el asfalto. A pocos metros, una familia también se desgarraba de dolor por la pérdida de su mascota.
Y pudo ser un niño que iba o venía de la escuela. O pudo ser el acompañante de alguno de los niños. O pudo ser el mismo motorizado el que no llegara a ninguna parte en ese afán loco de llegar más rápido.
No es necesario aprenderse el Código de Tránsito para saber que la conducción de un vehículo es una actividad peligrosa. Según ese documento, los accidentes de tránsito son una de las diez primeras causas de muerte de las personas (no fue posible obtener datos concretos y recientes de las vidas que se pierden por esta razón, pero las noticias son un indicador). Y si conducir un vehículo es difícil, ser peatón también es de altísimo riesgo.
No mido con el mismo rasero a todos los motociclistas. No los considero una plaga y sé que entre los conductores de otros vehículos también hay bestias con licencia que nunca aprendieron que el significado de conducir va más allá de la noción de mover una cosa de un lugar a otro, que no se trata solo de saber prender un vehículo, “coger bien” las curvas, frenar y acelerar como si siempre lo estuvieran persiguiendo.
Conducir es eso y mucho más: es ser perceptivo a las condiciones del ambiente, el tráfico, peatones y animales en la vía, del estado del vehículo y de las condiciones del conductor: estado de ánimo, nivel de tranquilidad o tensión, concentración y reflejos, para que pueda tomar decisiones acertadas de cómo conducir, a qué velocidad y con qué precauciones.
No basta recitar de memoria las normas al momento de solicitar la licencia, sino aplicarlas después de recibirla.
Las autoridades jamás han podido verificar que quien recibe el pase sea idóneo para conducir. Y si del Ministerio para abajo no han podido controlar la expedición de licencias, que al parecer no se le niega a nadie, por favor, no me pidan que presente soluciones.
Clamo, sí, para que pongamos sobre el manubrio, el acelerador, el freno o el simple cruce de la calle en el caso de los peatones, toda la responsabilidad y la conciencia. Atentos, sin volar, sin violar normas, sin alcohol, sin hablar ni chatear, para que morir en el asfalto, como Pancho el de cuatro patas, o Pancho el de dos piernas, no sea frecuente .