Columnistas

No hay que permitir lo impermisible

23 de agosto de 2015

Me llama la atención que hoy ocurran tantas cosas tan absurdas como perjudiciales para los hijos sin que haya una protesta enérgica de parte de los padres de familia, ni de los educadores, ni de las autoridades y que por eso no se eviten hechos o conductas que pueden ser perjudiciales para su integridad física o moral.

Varias veces he recibido mensajes de algunos padres comentándome sobre lo que ocurre en las fiestas, en las discotecas, en las piyamadas o en las “juntas” que organizan los muchachos, así como en los viajes o paseos que hacen, acompañados por unos pocos adultos que, por lo general, no tienen la autoridad para ponerles límites. Y siempre me pregunto ¿en dónde están los adultos con el poder de mando para contener a quienes no tienen el autocontrol ni la madurez para hacerlo?

Me parece que la principal razón para que hoy se permita lo impermisible es el miedo, pero no a lo que les pueda pasar a los hijos sino al conflicto que forman si no los dejamos hacer lo que quieren. El miedo es un sentimiento positivo, porque tiene un objetivo fundamental: alertarnos ante situaciones que tienen algún peligro y animarnos a defendernos de sus consecuencias. Pero también puede tener una finalidad negativa cuando lo que sentimos es cobardía y temor a protestar ante lo que sabemos que puede ser perjudicial para los jóvenes por miedo a que ellos se molesten o nos acusen de puritanos. Lo cierto del caso es que hoy, a menudo, nos hacemos los de la vista gorda ante lo que no es correcto, ni sano, ni saludable para ellos.

El miedo deja de ser provechoso cuando lo que sirve es para paralizarnos ante conductas o decisiones de los hijos que deberíamos reprender y no lo hacemos por temor a que nuestra imagen se deteriore o a que ellos nos vean como sus enemigos.

Sin embargo, como los jóvenes no tienen la fuerza de voluntad ni la madurez para negarse a “lo que todos hacen” es urgente que les pongamos límites y nos aseguremos que se mantienen dentro de lo que es sano y benéfico para ellos.

A la hora de decidir qué permitir y qué prohibirles a los hijos, debemos asegurarnos que nuestra decisión está basada, no en nuestra necesidad de complacerlos sino en lo que es correcto y constructivo para su vida. Es mejor que se disgusten a que corran riesgos que pongan en peligro su integridad y, por ende, nuestra tranquilidad.