Columnistas

No odio sino verdad

05 de junio de 2016

“No tengo ejércitos”. “He venido para decir la verdad”. Son las frases tajantes de Jesús en el Evangelio de hoy, cuando está indefenso ante la brutalidad del ejército romano.

“Si es rey -le pregunta Pilato- ¿dónde están sus tropas?” No las tiene. No se reconoce en los autodenominados ejércitos católicos que siglos después harán las cruzadas y la inquisición, ni en los batallones de la civilización cristiana, ni en las guerrillas que invocan el evangelio, ni en los paramilitares que se cuelgan escapularios.

Desafía al odio de todos los armados con un mensaje que nos sacude a todos. Oportuno para este país que de lado y lado hace de la paz una bandera de poder, y donde hoy la protesta indígena legítima se mezcla con violencia irracional. Él, Jesús, es absolutamente no violento y quienes lo siguen no son los héroes de la guerra que consiguen logros militares sino hombres y mujeres que lo arriesgan todo para alcanzar hazañas éticas que no se ganan con armas ni poder sino con la emulación por la mayor grandeza moral; personas que frente a la guerra en que se triunfa destruyendo al otro e imponiendo el dominio ofrecen la paz que ganan por ser grandes en la generosidad, el reconocimiento de responsabilidades y la decisión de unirse con los adversarios para reconstruir la comunidad de los pecadores que somos, de todos los lados, perdonados por Dios.

En lugar de la fuerza pone la verdad. La pone frente al tribunal injusto del sanedrín que trae contra él testigos falsos. La pone frente a las armas y frente a “lo políticamente correcto” que oculta la verdad, la manipula y concita a que no se piense, pues lo dicho por el jefe militar o político es cierto y es deslealtad cuestionarlo.

La verdad de Jesús es su propia existencia. Por eso para destruirla tienen que matarlo. No es una ideología. Es un discernimiento continuo, una búsqueda decidida por ser auténtico en la coherencia profunda de quien siente en el silencio que es amado incondicionalmente y se deja llevar por ese amor hasta la entrega absoluta en cercanía, compasión y comprensión de todo ser humano, no importa qué ideas políticas traiga, no importa si es creyente o ateo, no importa las penas y errores y confusiones que cargue, no importa si es un monje o una mujer del Bronx, un soldado o un guerrillero.

Y Jesús se juega todo por esta verdad radical, la hace carne en su vida, la verdad que fundamenta la dignidad de todos nosotros como seres humanos, previa a las constituciones y las leyes, la verdad que el mismo Jesús ha dicho que nos hará libres.