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No soy rico, pero lo parezco

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26 de abril de 2016

Un puñetero robot me ha tomado por millonario. No es que me moleste la equivocación sino el hecho de no serlo. En realidad, creo que por culpa de algún algoritmo aplicado a la publicidad en Internet me he dado cuenta de que jamás seré rico. Y es que a mí, que tengo en Madrid un Toyota Corolla de hace diez años cuyo motor suena como un viejo tanque Panzer y un monovolumen Volkswagen en Londres, con más caramelos incrustados en la tapicería que caballos de vapor, un robot “salao” me ha ofrecido comprarme nada menos que un Rolls Royce “Phantom”. “For only £3,400 P/M”, eso sí. Unos 5.000 dólares al mes, para que se hagan una idea. Al margen de que ese “for only” aplicado a mi nómina mensual es una ironía que roza el cachondeo, no se me ocurre cómo diantres han llegado a la conclusión quienes diseñan los enlaces publicitarios en las web por las que navego (culpables de que me surja semejante anuncio al visitar la página de un diario británico on-line) que tengo liquidez para abonar unos 133.000 dólares de entrada.

Como saben, cada enlace publicitario que “pinchamos” en nuestra navegación por la red deja un rastro que una serie de maquinitas se encargan de descifrar para elaborar un perfil detallado de nuestros gustos, necesidades y anhelos. Si buscamos un paseo en barco por el Caribe y “clickeamos” un par de veces en enlaces publicitarios al respecto vinculados a las páginas que leemos es seguro que durante un mes al menos nos persigan todas las compañías de cruceros del mundo en nuestra “navegación”. Si, por el contrario, pretendemos encontrar un hotelito boutique en la isla de Menorca, tendremos asegurado el acoso del gremio de hostelería de Ibiza y Mallorca durante todo el verano.

Estos dichosos robots se convierten en una suerte de camareros “brasas” de esos que te asaltan en los lugares turísticos masificados de todo el planeta para que te sientes en su terraza con vistas al mar a meterte un “sablazo” de padre y muy señor mío por una cerveza y un plato de raviolis contados con los dedos de una mano.

Hasta ahora, los gurús de Internet nos habían colado la vaina de que la publicidad es mucho más efectiva y personalizada a través de ese canal. Muchos han picado el anzuelo, pero yo soy el ejemplo de que eso no funciona. Aunque no soy un menesteroso –una vez hasta llegué a alcanzar la tarjeta Oro de Iberia, aunque ya he sido degradado a la Plata–, y me considero un vividor por los cuatro costados y en el buen sentido, jamás me compraré un Rolls Royce. Porque aún no tengo 70 años, de entrada, y porque para mí un coche tiene el mismo valor que una cafetera. Mientras haga un buen espresso me sirve y punto. Prefiero gastarme mis dineros en viajar, ir a buenas tabernas y comer como un rey, y disfrutar de cosas sencillas con la gente a la que quiero. Lo cual no sale nada barato, porque quiero a mucha gente. Pero eso de la ostentación no va conmigo. Por tanto, afirmo aquí que la publicidad funciona bastante mejor donde siempre (en televisión y en papel) que en internet. Porque si me compro la revista “Gentleman”, es probable que pueda adquirir un reloj de 4.000 dólares o pagar un fin de semana en Bali en un cinco estrellas matador. Lo mismo que si soy un “friki” de Juego de Tronos me gustarán los videojuegos al 80 %.

Ahí les dejo el debate, yo voy a lamerme las heridas y a malgastar mi escuálida cuenta bancaria. No tendré para un Rolls, pero una caña sí me tomo .