Columnistas

Opiniones y sentimientos

05 de agosto de 2015

Con migaja de sal alguien expuso fórmula para acabar con la diferencia de clases sociales. Que hijas de ricos se casen con hijos de pobres, e hijas de pobres con hijos de ricos. Por primor de magia, por decreto, por casualidad de amor. En todo caso, que se dé mezcla perentoria, que cada familia sea inoculada por la contradicción. Que se inocule guerra entre sábanas.

Leyes, trampas y reyertas de herencias se trastocarían. Irritados suegros subvencionarían compra de apartamento, carro y becas para los pichones descastados. Los nietos nacerían achocolatados, por genes conocerían de hambre y de finuras del vino. Ambos cónyuges se burlarían de las costumbres opuestas. Reirían al alimón ante la película francesa “Ridicule”.

En cuestión de dos generaciones, el mundo sería otro. Tras padecer ancestros enemigos de toda la vida, los expobres enriquecidos y las exricas para siempre ricas pero contaminadas de fango, se asombrarían al afrontarse en los ojos y advertir cómo son de semejantes los corazones humanos. Y criarían vástagos como de otro planeta.

El experimento de fundido social sería éxito porque, por primera vez en la historia, contrayentes y padres discordes conciliarían al bajarse de nubes y prejuicios, de hieles y sañas. Hallarían universos de sorpresa allí donde los siglos empotraron contradicciones antagónicas. Permitirían a sus tripas engendrar afectos motivados por el acercamiento al contrario.

En vista de que esta receta de trueque matrimonial desatinado parte de la existencia de amores también insensatos, vale para ella lo que planteó William Ospina en defensa de su amigo y colega Fernando Vallejo. Tras escandalosa conferencia de este en el Festival de Arte de Cali, Ospina lo rescató bajo el título “El huésped insolente”.

“A la larga -escribió en 1999-, nuestras opiniones son totalmente secundarias si podemos compartir nuestros sentimientos”.

Sucede que las opiniones viven en el cerebro, mientras las entrañas responden por los sentimientos. Aquellos novios hipotéticos, cuya alegría daría fin a la lucha de clases, se juntarían por virtud de miradas, tactos, hundimiento del uno en la otra. De presencia y tibieza surgen los sentimientos. Y los sentimientos desbancan las hoscas opiniones secundarias..