Columnistas

Organizar

29 de marzo de 2018

De vez en cuando el hombre se enfrenta a sí mismo. Y no lo digo en el sentido más espiritual, en esa condición casi confesa de expurgar las culpas detrás de la conciencia, sino en el más puro sentido material de la expresión.

Las buenas brigadas de aseo empiezan de repente, sin cita previa. Incluso muchas veces se cometen cuando más deberes se tienen, porque es común pensar que entre más despejados estén los espacios más fácil y puras nacen las ideas. Vicente Quirarte recuerda en su libro “Enseres para sobrevivir en la ciudad” que Alfonso Reyes declaraba que escribir era una forma de limpiar de papeles su escritorio, tarea que no hubiera consumado plenamente de no haber contado con la fidelidad de un cesto.

Es así como se abre la puerta del clóset, se esculcan cajones y anaqueles porque la intención es clara: recuperar espacio para guardar una nueva caja, guardar más libros o para que aparezca de una vez por todas lo que está perdido.

Al principio, las bolsas se llenan con facilidad. Desaparece la ballena inflable que tu mujer usaba para ir a nadar con los sobrinos, pero que ahora es inútil porque ya no hay mujer y los pequeños son adolescentes y no necesitan flotadores, mucho menos una ballena gigante. Botas, al fin, la plancha que guardaste en el closet porque, a pesar de que compraste una nueva, tenías la esperanza de arreglarla en Semana Santa para regalarla buena. Tiras la vieja e inútil unidad de disquetes que usabas en la universidad, te deshaces de un montón de revistas que acumulaste por años porque tu sueño era clasificarlas. Desechas los casetes que grabaste con la música que te gustaba de las emisoras, te despides con tristeza de la selección de baladas que ponías una y otra vez en los bailes de garaje.

Pero mientras botas también aparecen una cantidad de cosas curiosas que no habías vuelto a ver. Aparecen las cartas que siempre guardas de tu padre, las fotografías de ese matrimonio que rompió y botó tu vecina pero que tú guardaste porque ahí había una historia, un portavasos de una pizzería que te recuerda una primera cita, el primer tiquete de avión, la primera carta que recibiste por correo, un sufragio que no te atreves a botar, en fin.

El problema, cuando nos levantamos confiados de que nada importa, es que después de un tiempo nos preguntamos dónde está tal cosa; Ahí sentimos que ese objeto que tuvimos por años, y que ahora hace su vida en el fondo de un basurero, o en la casa de alguien, era importante. Tal vez por eso, al acercarnos a las canecas de basura con ese montón de recuerdos empacados en bolsas dudamos, queremos regresar a casa con todo y volverlo a acomodar, porque cada cosa que guardamos nos cuenta muy bien lo que hemos sido. Organizar la casa requiere cierta dosis de duelo y no siempre estamos preparados para ver cómo se pierden por pedazos nuestros recuerdos.