Otra oportunidad sobre la tierra
El barco con la bandera de la paz estaba ladeado, muy ladeado con el cañonazo del No. Pero emergió una extraña conciencia, incluso entre quienes se oponían a los resultados de La Habana: “no votamos para rechazar la posibilidad de la paz, lo hicimos para que se revisaran los contenidos del acuerdo”. Santos tuvo la sindéresis -esa “capacidad natural para juzgar rectamente”-, aceptó sin rodeos el triunfo de la oposición e invitó a buscar un consenso nacional, para sacar a flote el proceso.
Después de seis años se sentó con Álvaro Uribe a la misma mesa. Conversaron cinco largas horas y aceptaron que había que reunir a los capitanes de ambos para redactar un decálogo de correcciones al documento final.
Hasta ahí, el Centro Democrático había movido con calculada habilidad sus naves y elevado sus intereses. Óscar Iván, Carlos Holmes e Iván Duque, además de Marta Lucía Ramírez y Alejandro Ordóñez, entraron en la escena de la negociación con un incuestionable mandato popular para exigir y corregir. El resto, era un naufragio.
Después vino la infortunada y deslenguada entrevista de Juan Carlos Vélez Uribe para revelar cómo se concibió la campaña masiva en medios informativos y redes del No: sencillo, incitar a la rabia, la indignación. “Estábamos buscando que la gente saliera a votar verraca”.
Lo escribió Adolfo Hitler en su libro Mi Lucha (1926): “La propaganda intenta forzar una doctrina sobre la gente... La propaganda opera sobre el público general desde el punto de vista de una idea y los prepara para la victoria de esta idea”. Así ganó una buena parte de los del No, forzada al rechazo visceral, a la falta de entendimiento y razón. Una asesoría desde Panamá y Brasil recomendó “dejar de explicar los acuerdos para centrar el mensaje en la indignación”.
Y claro, todo estaba medido en estándares de costo beneficio para una manera de entender el país: atrasar el deseo legítimo y sensato de cualquier sociedad de vivir en paz. Que triunfara el No como fuera. Qué van a importar aquí, en esta racionalidad para gerenciar la putería, el antagonismo y el odio, los soldados muertos, los civiles muertos, los guerrilleros muertos.
Pero las horas posteriores a aquella revelación de cómo se inoculó el veneno para empujar en la gente el delirio de la antípoda, sirvieron para que tal vez Dios obrara. Dios que pellizca el destino inverosímil de esta nación, tan trágica y tan mágica. Entonces, a las cuatro horas del viernes, cuando en la oscuridad se fecunda el amanecer, al presidente Juan Manuel Santos le otorgaron el Premio Nobel de Paz.
Que nuestro destino no sea exterminarnos, que ojalá, con tantas lecciones aprendidas sobre la inutilidad de la guerra y las mentiras que alimentan sus llamas, seamos capaces, por fin, de alcanzar “una segunda oportunidad sobre la tierra”.