OTRO COMO DIEGO CALLE
Hoy saco pecho porque vengo a contarles, en especial a los jóvenes, de un señorazo que nació en mi pueblo (Bolívar, Antioquia) y dejó una huella que el paso del tiempo no ha logrado borrar.
Se llamaba Diego Calle Restrepo. Era alto, en cuerpo y alma, pelirrojo, pecoso y honrado hasta juagarse en sudor. Su hoja de vida, sin sombras ni coloretes, registra que estudió Ciencias Económicas en la Universidad de Antioquia y posteriormente Comercio Internacional en la North Western University, en Evanston, Illinois. No como los de ahora, que se especializan antes de hacer el pregrado.
Necesitaría esta página entera para hablar de su experiencia laboral y de los logros en cada cargo desempeñado, tanto en la empresa privada como en la pública. Trabajó en Fenalco, la Andi, la Industria Maderera del Caribe, el Convenio Latinoamericano del Café; fue miembro de la Junta Directiva de EPM, presidente de Diagonal, director de Planeación Nacional, ministro de Hacienda, embajador en Canadá, director ejecutivo del BID, gobernador de Antioquia y gerente general de EPM, cargo que ejerció desde 1976 hasta su muerte, en 1985.
Cuando llegó encontró la empresa sumida en su primera gran crisis, producto de la politiquería que logró meter sus manos en ella y dejarla agonizante. En poco tiempo consiguió devolverle el rumbo para garantizar, ayer y hoy, los servicios públicos con la calidad que la gente merece. Nada menos. Y recuperó el rigor administrativo, financiero, jurídico y técnico que se había perdido, como está pasando hoy. Y no lo hizo solo, sino con un equipo de colaboradores puestos meticulosamente donde se requerían, según su preparación y su capacidad, como debe ser.
Los procesos de selección de personal no pasaban por el escritorio del alcalde ni por ninguna firma “cazafantasmas”. Si los candidatos recomendados por alguien no cumplían los criterios rigurosos de selección, chao y suerte. Como dice Gilberto González Arango, abogado y exfuncionario de la empresa: “Entonces no era necesario que el gerente ‘le copiara’ al alcalde, sino que el alcalde ‘le copiaba’ al gerente”. O el presidente, como sucedió cuando Belisario Betancur quiso removerlo del cargo y, cuando conoció los frutos de su trabajo, le dijo: “Mono, necesito que continúes más tiempo en EPM”.
Tenía un profundo sentido de la honestidad. “Podemos meter las patas, pero no las manos”, fue una filosofía suya que caló profundo en las prácticas empresariales de EPM. Era un hombre brillante, visionario, autónomo y con carácter, pero no era soberbio. En EPM ha habido gerentes buenos, regulares y perversos, pero la historia cuenta que es una empresa grande con una tradición de grandes realizaciones gracias a un capital humano que tiene su capacidad de servicio y su experiencia tatuadas en el alma. Una historia que se respetó hasta enero de 2020, cuando el colador de la empresa insigne de los antioqueños sufrió un hueco enorme por donde caben el perro, el gato y toda la leonera juntos, y que la tienen viviendo su segunda gran crisis institucional. Y sí, usted tiene razón si está pensando que hoy EPM necesita otro como él