PAN DE VIDA
¡El camino de la vida, no lo cubren los años que alcanzamos a cumplir, pues, nuestra vida va más allá de los límites de la muerte! “El que cree en mí, tiene vida eterna”. Esto no es un lenguaje figurado. Es una afirmación contundente del Evangelio, que aún no asimilamos.
Así lo describe el pasaje del libro de los reyes, que leemos hoy: “Elías anduvo por el desierto, imploró la muerte entregando su vida al Señor”. Se recostó y quedó dormido (murió), pero fue levantado (resucitado) y alimentado, pues, para una vida eterna el camino que quedaba era largo. Ese alimento, más tarde lo describe el Evangelio, como: “Yo soy el pan vivo bajado del cielo..., el que coma de este pan vivirá para siempre”. ¡Jesucristo!
La señal es perfecta: ¡tanto el pan como la invitación a comer de él es iniciativa de Dios! Si no fuéramos atraídos por el Padre, hasta Jesús, esto no sería posible. La Gracia, la Palabra y Eucaristía, no las tenemos por nosotros mismos: Son dones gratuitos de Dios. Es la forma de ir a Jesús, vivir con Él, y tener la esperanza de resucitar el último día.
El pan del desierto –esta vida- que comemos ahora y comieron nuestros padres, nos permite estar bien, alejar la muerte temporal...; sólo el Pan de Vida nos garantiza la vida eterna con la resurrección, como dijo Pablo a los Efesios: Sean imitadores de Dios, al vivir como Hijos en el amor, aquel con el que Cristo nos amó y nos salvó.
Tanto ayer como hoy queremos un mundo independiente de Dios. Sentimos más gusto con un mundo sin Dios. Por religiosos que seamos, la comodidad de ventajas conquistadas, nos invitan a vivir de modo que no tengamos que escuchar a Dios. Queremos escucharnos; escuchar nuestros ruidos. ¡Esta, quizá, es la gran paradoja de la humanidad en todo tiempo, que confundimos con nuestra ¡LIBERTAD! Arrojar a Dios de nuestro corazón, nos permite acercar nuestras “falsas-seguridades”; a las que siempre buscamos apegarnos desde nuestro caprichoso corazón.
El verdadero amor, la justicia, el perdón y la reconciliación estarán con nosotros cuando nos dejamos guiar, atraer por Dios. Para llegar a la paz, es necesario bajar al fondo de nuestro interior: corazón; donde encontraremos la presencia auténtica de Dios; la comunión más honda de la existencia humana.
Con el pasar de los años somos invitados a mayor serenidad, a contemplar y hacer silencio para escuchar al mundo, a los otros, a Dios. Solo allí comienza en germen, la vida eterna.
Cuando hayamos aprendido a relativizarnos, callarnos; podremos volver al origen y fin. Al mundo esencial, donde habita el ser mismo de Dios. Para llegar a la vida más allá de nosotros, la vida eterna, nos falta un buen camino por recorrer. Es necesario ser alimentados con el pan del cielo, el verdadero pan de cada día, como Reza el Padre Nuestro.