Columnistas

Para ser recibido

01 de agosto de 2021

Querido Gabriel,

¡Coja oficio!, decía mi abuela, haciendo eco al apego al trabajo, uno de nuestros más arraigados rasgos culturales. Algunos aún sufrimos cuando no queremos hacer nada y deseamos entregar al fértil ocio nuestras horas o días. También, a quienes nos gustan las artes o las letras, nos hablan las voces de los ancestros, desde su descanso eterno: ¡Coja oficio!..., y temblorosos buscamos cómo darles gusto. Como si no hacer fuera negar la vida y crear sin interés monetario fuera un pecado mortal.

Te invito a ver la conversación del escritor y sacerdote Pablo D’Ors, “El ejercicio lento de lo cotidiano”, en los diálogos de El País de España y el BBVA. Nos puede inspirar una tertulia necesaria en tiempos de angustia y acelere colectivos. ¿Conversamos sobre aprender a ser antes de dedicarnos a hacer? ¿Hablamos de la meditación y el silencio, de recibir la vida, antes de disponernos cambiarla?

“Me subió la inflación”, le oí decir angustiado a un servidor público, quizás un poco deschavetado. Muchos caemos en la trampa de definirnos a partir de nuestras causas o roles. Pensamos que somos nuestra labor. ¿Será por esta razón que nuestro trabajo se torna a ratos tan frenético? Creemos falsamente que, si no hacemos, dejamos de ser. Nos identificamos con nuestros logros y olvidamos que, antes de hacer, somos, y eso no tenemos que demostrarlo a nadie. Pensemos en lo que dice Kamala, la maestra de yoga: “hacer, hacer, hacer...” ¡y pensamos que eso es la vida!

“Los abuelos sentados al final del día, en la puerta de la casa, sabían algo que hemos olvidado”, advierte D’Ors, al hablarnos del silencio y la quietud como fundamentos del buen vivir. Si queremos aprender a ser, a encontrar nuestro valor intrínseco, tendremos que abrazar la inmovilidad y conquistar el silencio en la era del ruido y del veloz internet. Meditar, explica este maestro de lo esencial, es “volver a casa”.

Aun en la cotidianidad, cuando no podemos estar siempre quietos y callados, tenemos la posibilidad de estar presentes y acoger la existencia. Las claves son simples, dice Pablo, y me recuerda a la sabiduría de Carlos Eduardo Mesa. Propone primero andar pausados, la lentitud sirve para “estar en lo que tenemos que estar”. Segundo, aconseja hablar bajo, para que “el otro se acerque, hable él mismo bajo y se genere más intimidad”. Finalmente, señala la importancia de “contener nuestras ganas de hablar”; esa sería la forma de serenar el torrente de palabras que nos inunda.

Sin embargo, es necesario aclararlo, no se trata de la ausencia absoluta de acción. “La felicidad no se entiende sin un cultivo, sin una tarea”, dice D’Ors. No es lo mismo ocio que pereza. El proceso se desencadena conteniendo nuestro “afán intervencionista que impide que la realidad se explaye”. Hay que comenzar por recibir la vida, dejar que suceda, encontrar nuestro propio y único ser; después podremos hacer algo en el mundo o por él. “Somos felices cuando somos creativos”, dice Pablo.

Del aprender a ser emergerá el lúcido y sensato hacer. En la contemplación recibimos y, haciendo un símil con la biología, ocurre la concepción. Después, a su tiempo, vendrán la gestación y el alumbramiento. Al acoger la realidad, podremos luego aportar lo nuestro. El orden de los factores cambiaría radicalmente el resultado, en este caso. Para enmarcar la tertulia nos puede servir esta frase, quizá mi preferida de la entrevista: “El mundo no está, en primera instancia, para ser transformado, está para ser recibido. Ya veremos después qué hay que transformar” . n

* Director de Comfama