Pedacitos de cielo
Por
Carlos Andrés Giraldo
Universidad del Quindío
Lenguas Modernas, cuarto semestre
andres.giraldo@live.com.ar
Temprano en la mañana: pala, azadón, machete, sombrero y un par de botas; campo, tierra y aire fresco, el gallo que canta desde las 4 hasta las 6, apenas cuando amanece.
Sembrar un par de árboles, regar la huerta, un poco de abono y todo está listo para crecer. Sin embargo, la visión idílica se va poniendo borrosa y allí comienzan los problemas. ¿Qué pasa con el campo? ¿Qué está ocurriendo con esta labor tan bella? ¿Cae en el olvido el que debería ser el trabajo más exaltado en el país?
Entre abonos y pesticidas se van yendo las ganancias; en los controles, en la logística, en las técnicas, en la poca paga. El punto es crítico, tanto que muchos piensan mejor en tumbar todo y poner potreros o vender e irse a la ciudad. El campo empieza a servirle a otros, a las multinacionales o a los socios de las grandes haciendas de extensas hectáreas que en el mejor de los casos explotan en monocultivos: tomate o café es generalmente la apuesta, un riesgo y a veces una pérdida de tiempo y, sobre todo, de dinero, pero ellos tienen más recursos.
Ahora me pregunto, ¿qué pasa con las pequeñas granjas familiares? Una cuadra de tierra en este país no es rentable para un cultivo comercial y si se logra que así sea, es fruto de un esfuerzo sobrehumano, buscando ayudas para posicionarlo y hacerlo productivo.
Tener un trozo de tierra se ha convertido en un deleite para unos pocos, y son aún más pocos los que tienen el placer de cultivar esa tierra, de explotarla, con respeto, como se hacía antes, sin tener que convertirla en un frívolo hotel de veraneo.
El verdadero campo es una bestia con hambre y a punto de morir. Qué bonito sería que el pequeño agricultor tuviese más cabida en esta Colombia, más prestaciones, menos impuestos y, especialmente, más apoyo de un gobierno obstinado en fomentar las grandes explotaciones extranjeras.
Somos un país que salió adelante por arrieros con pequeñas granjas, con la fuerza y labor de los abuelos, que incansables, nos dieron el pan con el sudor y sangre de esa tierra, de esos cultivos, pedacitos de cielo .
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