Pensar con el corazón
Pensar con el corazón es la proeza que el hombre del siglo XXI tiene por descubrir, aprender y cultivar. La más dichosa de las venturas. Hace milenios, un vidente escribió en silencio que Dios a los hombres “les formó lengua, ojos y oídos, y les dio un corazón para pensar” (Eclo. 17,6).
Pensar, examinar algo con la mente, es un proceso de gran complejidad. Usamos ojos, oídos, olfato, gusto y tacto, para traer las cosas a la mente, y después de examinarlas, tomar decisiones, más acertadas si en ellas participa el corazón.
Existe la mentalidad racionalista, la que procede de la razón, que no siempre llega al corazón, y la mentalidad sapiencial, la que procede del corazón, y llega siempre a la razón. La mentalidad racionalista examina las cosas con la razón, y la mentalidad sapiencial, con el corazón. Siempre entiendo lo que amo, mas no siempre amo lo que entiendo.
Baltasar Gracián escribió: “¿Qué importa que el entendimiento se adelante si el corazón se queda?” La cultura occidental es racionalista, de corazón quedado, pues solo existe lo que le llega por la razón. La cultura bíblica es sapiencial. Entiendo la Biblia si la leo con el corazón. En cuanto amo a Dios, sé quién es.
La misión del corazón consiste en llenar de amor sentimientos, pensamientos, palabras y obras. En Dios, todo nace en el corazón, sale del corazón, pasa por el corazón y llega al corazón, pues Dios es amor. Y al hombre, imagen y semejanza suya, le corresponde sacar del corazón lo que hace, pensar con el corazón y realizar con el corazón cada gesto de la vida cotidiana.
El hombre del siglo XXI, con motivo de la pandemia, hace bien en cultivar la convicción inquebrantable de que su Creador lo ama, pues si no lo amara no existiría, porque Dios es amor y por ser amor ama todo cuanto existe. San Bernardo escribió: “El amor basta por sí solo, satisface por sí solo y por causa de sí [...] Amo porque amo, amo por amar”.
S. Juan de la Cruz canta: “Que ya solo en amar es mi ejercicio”, verso que él mismo comenta: “Toda la habilidad de mi alma y cuerpo, memoria, entendimiento y voluntad, sentidos interiores y exteriores [...], todo se mueve por amor y en el amor, haciendo todo lo que hago con amor”.
En Dios todo pertenece al orden del corazón, que llena todo de amor. Tomo la decisión de participar de la condición divina cultivándome con esmero para mirar, escuchar, hablar, más aún, hacerlo todo con amor.